ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Recuerdo de santa Clara de Asís (1193-1253), discípula de san Francisco en el camino de la pobreza y de la simplicidad evangélica. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 11 de agosto

Recuerdo de santa Clara de Asís (1193-1253), discípula de san Francisco en el camino de la pobreza y de la simplicidad evangélica.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ezequiel 12,1-12

La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, tú vives en medio de la casa de rebeldía: tienen ojos para ver y no ven, oídos para oír y no oyen, porque son una casa de rebeldía. Ahora, pues, hijo de hombre, prepárate un equipo de deportado y sal deportado en pleno día, a sus propios ojos. Saldrás del lugar en que te encuentras hacia otro lugar, ante sus ojos. Acaso vean que son una casa de rebeldía. Arreglarás tu equipo como un equipo de deportado, de día, ante sus ojos. Y saldrás por la tarde, ante sus ojos, como salen los deportados. Haz a vista de ellos un agujero en la pared, por donde saldrás. A sus ojos, cargarás con tu equipaje a la espalda y saldrás en la oscuridad; te cubrirás el rostro para no ver la tierra, porque yo he hecho de ti un símbolo para la casa de Israel. Yo hice como se me había ordenado; preparé de día mi equipo, como un equipo de deportado, y por la tarde hice un agujero en la pared con la mano. Y salí en la oscuridad, cargando con el equipaje a mis espaldas, ante sus ojos. Por la mañana la palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, ¿no te ha preguntado la casa de Israel, esta casa de rebeldía: "Qué es lo que haces"? Diles: Así dice el Señor Yahveh. Este oráculo se refiere a Jerusalén y a toda la casa de Israel que está en medio de ella. Di: Yo soy un símbolo para vosotros; como he hecho yo, así se hará con ellos; serán deportados, irán al destierro. El príncipe que está en medio de ellos cargará con su equipo a la espalda, en la oscuridad, y saldrá; horadarán la muralla para hacerle salir por ella; y se tapará la cara para no ver la tierra con sus propios ojos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta recibe del Señor la orden de mostrar –a través de una escena muy elocuente– qué consecuencias comporta que el pueblo tenga el corazón duro y la mente obtusa: la gente ya no comprende la Palabra de Dios y aún menos se conmueve ante su amor. El profeta sabe perfectamente, desde el primer día, que los israelitas desconfiarán de sus palabras: "No querrá escucharte, porque no está dispuesta a escucharme a mí" (Ez 3,7). Así, a través de un gesto simbólico, Ezequiel profetiza la inminente caída de Jerusalén y la deportación del rey Sedecías y del pueblo a Babilonia. A menudo en las páginas bíblicas se destaca que el pueblo del Señor tiene ojos y oídos, pero ni ve las obras del Señor ni escucha su palabra. Aún así, a pesar de esa dureza, el Señor continúa interesándose por sus hijos y no deja de enviar a sus mensajeros: "acaso reconozcan" (v. 3), dice. También en Jeremías encontramos una expresión similar: "A lo mejor escuchan" (Jr 26,3); y también: "A ver si la casa de Judá se entera de todo el mal que he pensado hacerle, de modo que se convierta cada uno de su mal camino" (Jr 36,3). El Señor no se cansa de llamar a su pueblo para que se convierta, para que vuelva a Él y para que le escuche, o aún más, le ame. El Señor busca el amor de su pueblo, hasta el punto de hacerse casi un mendigo del cariño del pueblo que ha salvado, curado, educado y defendido. Por eso le pide a Ezequiel –siete veces, como si quisiera subrayar que no hay que cansarse jamás de predicar la salvación de Dios– que recoja rápidamente todas sus cosas, que las deje fuera de casa como si estuviera preparándose para irse y que haga un agujero en la pared de ladrillos para salir de casa. Es el intento del Señor de hacer comprender lo que estaba a punto de suceder, una especie de lenguaje parabólico para que nadie pudiera decir que no lo comprendía. También Jesús recurrirá al tema de tener ojos y no ver, y orejas y no oír; por eso utilizaba a menudo las parábolas. La escena final que narra el profeta describe el exilio también del rey. Pero el Señor, precisamente a través del profeta, no dejará de estar junto a su pueblo y de iluminar sus pasos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.