ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 18 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ezequiel 36,23-28

Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy Yahveh - oráculo del Señor Yahveh - cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos. Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas. Habitaréis la tierra que yo di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En el Padrenuestro Jesús nos enseñó a decir: "santificado sea tu nombre". ¿Por qué tenemos que santificar el nombre de Dios si Dios ya es santo? Quien santifica el nombre de Dios participa de su santidad, es decir, entra en comunión con Él, el Señor todopoderoso y misericordioso. En la tradición espiritual de Oriente se subraya mucho la oración del Nombre, llamada también "oración del corazón", y se repite continuamente esta oración: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". Es una oración conocida también como la oración del peregrino ruso: un hombre que buscaba a alguien que le enseñara a rezar y no lo encontraba. Finalmente encuentra a un starets, que le dice: "Lo único que tienes que hacer es repetir la oración de Jesús con la fe en el poder de la resurrección de este Nombre". Cuando Juan y Pedro se encuentran en las escaleras del Templo a un paralítico, le dicen: "En nombre de Jesucristo, echa a andar", y el paralítico queda sano (cfr. Hch 3,1-10). Santifiquemos el nombre de Jesús invocando su nombre y confiando en él. Santifiquémosle en la vida de cada día uniéndonos a él para hacer los mismos prodigios que él. El Señor purificará nuestro corazón, nos rescatará de la dispersión de nuestra vida para hacer de nosotros su pueblo, el pueblo de la alianza renovada. El Señor nos dice: «Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios». Son palabras que indican la relación particular de Dios con su pueblo, con Israel, y a través de Jesús, con nosotros en la nueva alianza en su sangre. Necesitamos purificar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, las acciones que llevamos a cabo, porque a veces también nuestro corazón se vuelve de piedra, duro ante los demás, sobre todo ante el dolor, ante el sufrimiento y ante los pobres. Muchas veces nuestro corazón está lleno de nosotros mismos y de nuestras preocupaciones. El Señor con su Palabra nos da un corazón de carne, un corazón como el suyo, capaz de tener compasión y misericordia. Pone su espíritu en nuestro interior para que aprendamos a vivir según su Palabra y no según nosotros mismos. Invoquemos, pues, el nombre del Señor en la oración para poder recibir un corazón de carne.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.