ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 19 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ezequiel 37,1-14

La mano de Yahveh fue sobre mí y, por su espíritu, Yahveh me sacó y me puso en medio de la vega, la cual estaba llena de huesos. Me hizo pasar por entre ellos en todas las direcciones. Los huesos eran muy numerosos por el suelo de la vega, y estaban completamente secos. Me dijo: "Hijo de hombre, ¿podrán vivir estos huesos?" Yo dije: "Señor Yahveh, tú lo sabes." Entonces me dijo: "Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos, escuchad la palabra de Yahveh. Así dice el Señor Yahveh a estos huesos: He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros, y viviréis. Os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y viviréis; y sabréis que yo soy Yahveh." Yo profeticé como se me había ordenado, y mientras yo profetizaba se produjo un ruido. Hubo un estremecimiento, y los huesos se juntaron unos con otros. Miré y vi que estaban recubiertos de nervios, la carne salía y la piel se extendía por encima, pero no había espíritu en ellos. El me dijo: "Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al espíritu: Así dice el Señor Yahveh: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan." Yo profeticé como se me había ordenado, y el espíritu entró en ellos; revivieron y se incorporaron sobre sus pies: era un enorme, inmenso ejército. Entonces me dijo: "Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos andan diciendo: Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros. Por eso, profetiza. Les dirás: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, Yahveh, lo digo y lo haga, oráculo de Yahveh."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La mano del Señor "saca" afuera en espíritu al profeta para mostrarle una vega llena de huesos secos. ¿Quiénes son aquellos huesos? "Estos huesos son toda la casa de Israel –le dice el Señor al profeta–. Ellos andan diciendo: ‘Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros'." Oyendo estas palabras parece que oímos las palabras de mucha gente de nuestro mundo, mujeres y hombres que han perdido la esperanza, pobres cuya vida se ha secado en el dolor y en la falta de amor, ancianos abandonados hasta la muerte en residencias, gente seca por la guerra y por la miseria. Sí, aquella vega de huesos secos no parece muy diferente de nuestro mundo. A veces se secan los sentimientos, la misericordia desaparece y la esperanza mengua. El pesimismo y el victimismo se adueñan de los corazones y el futuro se ve oscuro. ¿Es posible que estos huesos secos recobren vida? Nosotros muchas veces somos gente que piensa que las cosas son imposibles. No creemos que el mundo puede cambiar, que lo que es seco puede resucitar, que lo que está destruido se puede reconstruir. ¿Cuántas veces nos damos cuenta de la sequía que nos rodea, también la sequía de nuestra vida, pero nos da miedo y pasamos de largo? Hoy la Palabra de Dios contiene una invitación para nosotros, casi como un mandamiento: "Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos... os infundiré espíritu y viviréis". El espíritu de Dios, como en la narración de la creación, puede hacer que unos huesos secos revivan, puede dar la vida. El espíritu viene de los cuatro vientos, de las cuatro partes del mundo, como para indicar que la Palabra de Dios recrea un centro nuevo, una vida nueva. Pero hacen falta profetas, hombres de la Palabra, que sepan hablar a aquellos huesos secos. Y la sequía se vence en la unidad, en la comunión, encontrándose con lo que era seco y estaba disperso. El espíritu reúne a la gente en un pueblo, hace que hombres y mujeres que están secos porque están divididos y alejados entre sí, se convierte en un único pueblo vivo. La división, efectivamente, es como la muerte, una tumba para uno mismo y para el mundo. En el Señor resucitado recibimos el Espíritu Santo, que hace de nosotros profetas capaces de infundir vida en huesos secos para reconstruir aquel pueblo santo en el que Él nos ha hecho participar. Nosotros reconocemos que es el Señor, como hicieron los discípulos después de la muerte y la resurrección. Señor, continúa dándonos tu Espíritu para que podamos revivir, salir de la sequía, y para que podamos hacer que con tu Palabra los huesos secos de muchos a nuestro alrededor también revivan.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.