ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 25 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 1,1-9

Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Sóstenes, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo. Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo. Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. El os fortalecerá hasta el fin para que seáis irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo. Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, apóstol, junto a Sóstenes, como si quisiera obedecer al mandamiento de Jesús de ir "de dos en dos", envía una carta a la "Iglesia de Dios que está en Corinto". Ciertamente, en Corinto conocían la palabra "ecclesia", que indicaba la reunión de los habitantes de una ciudad-Estado que gozaban de pleno derecho de ciudadanía. Pablo, al llamar a los cristianos de Corinto "Iglesia de Dios", quiere dar a entender que eran una asamblea, una comunidad, reunida por Dios en la ciudad de Corinto. Hay un vínculo entre la Iglesia y la ciudad. Más allá de su número, los creyentes tienen frente a sí el horizonte de la ciudad, y no sus intereses o sus pequeños horizontes. Los creyentes son enviados a toda la ciudad, porque deben dar testimonio del Evangelio del amor y de la resurrección a toda la ciudad. Los cristianos no son una isla apartada, un grupo autosuficiente encerrado en sí mismo. Están llamados a ser fermento de amor para toda la ciudad. Y las comunidades cristianas de las distintas ciudades están unidas entre sí para ser todas lugares de paz y de misericordia. Dios los ha elegido y los ha hecho "santos", es decir, "separados", no para que sean indiferentes a lo que les rodea, sino para que sean fermento de amor. Así pues, las distintas comunidades están unidas a todas las demás comunidades esparcidas por las distintas ciudades del mundo. La comunidad local, pues, no puede prescindir de las demás, estén donde estén. Ante los ojos de Pablo se presenta el gran misterio del pueblo que el Señor ha reunido a su alrededor desde todas las partes de la tierra. Ese es el sentido de aquella universalidad –hoy se diría globalización– que es un rasgo original de la fe cristiana. Aun así, no disminuye su atención a la comunidad de Corinto. Pablo, al contrario, da gracias al Señor por los progresos que ha hecho. Sus palabras permiten comprender que la generosidad de la respuesta al Evangelio por parte de los corintios se ve correspondida con la generosidad del Señor que derrama sobre ellos sus dones: "en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo". La comunidad de Corinto no parecía estar apagada o aletargada, sino que se mostraba "enriquecida" en amor. El apóstol explica por qué: se había consolidado entre ellos la "comunión" con Jesús. Jesús lo había dicho a sus discípulos: "El que permanece en mí da mucho fruto".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.