ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 30 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 2,10b-16

En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales. El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los cristianos de Corinto, entre los que había gente pobre y gente de un cierto desahogo económico, fueron "santos", es decir, partícipes de la Iglesia, la familia de Dios. Y Pablo, consciente de las nuevas relaciones que se establecen entre los miembros de una misma familia, los llama "hermanos". Es la primera vez que el apóstol utiliza este término. Ser miembro de esta nueva familia es un don, una gracia, que enriquece al que es llamado a formar parte de ella. El apóstol lo acaba de recordar: "En él (en Cristo) habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y conocimiento". Ser hijo de esta singular familia, que nace por la predicación del Evangelio, significa participar también de la sabiduría que esta custodia. Por eso los creyentes son exhortados a dar gracias al Señor y a continuar "firmes hasta el final". La firmeza exige que aquellos hermanos y hermanas en el Espíritu sean "unánimes en el hablar, y no haya entre vosotros divisiones" y que vivan "en una misma mentalidad y un mismo juicio". La "familia del Señor" debe tener un mismo sentimiento, debe vivir con "un solo corazón y una sola alma", tal como dicen los Hechos. Esa comunión es la razón de la propia comunidad, reunida precisamente por un único pastor, por un único maestro, Jesús nuestro Señor. Por desgracia, el demonio de la división, que anida en el corazón de cada uno, si no se ve contenido por el amor, contamina la comunión hasta herirla y, si nadie lo para, termina por liquidarla. Por eso el apóstol interviene inmediatamente porque sabe cuál es la gravedad del peligro que está corriendo la comunidad de Corinto. Las distintas corrientes que se formaron siguen a uno o a otro. Pablo llama entonces a los corintios a mirar al único Maestro, Jesús. Jesús no puede ser dividido, su Evangelio no puede ser herido por los particularismos de cada uno. Cada uno está llamado a morir a sí mismo para acoger en su corazón "los sentimientos que están en Cristo Jesús" y que mantienen firme la comunidad de discípulos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.