ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo del padre Alexander Men, sacerdote ortodoxo de Moscú, asesinado brutalmente en 1990. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 9 de septiembre

Recuerdo del padre Alexander Men, sacerdote ortodoxo de Moscú, asesinado brutalmente en 1990.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 9,16-19.22-27

Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio. Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo. ¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La verdadera libertad de la que Pablo da muestra y que nos anuncia es la de hacerse "esclavo de todos" para comunicar el Evangelio. El apóstol, con aquella fuerza que nace de su mismo testimonio de vida, une las dos afirmaciones: "Libre de todos, me he hecho esclavo de todos". Oímos aquí el eco de las palabras de Jesús: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos" (Mc 10,43). Pero no se trata de un ejercicio ascético para perfeccionar el alma. El apóstol se hizo esclavo para ganar el mayor número de personas a Cristo. En pocas líneas repite cinco veces el verbo "ganar" al que une estrechamente el otro verbo: "salvar". El corazón del apóstol no late para él, sino que se ensancha para abrazar al mundo entero: "Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos". No solo no excluye a nadie (judíos o paganos), sino que parece no darse reposo hasta que el Evangelio no llegue al mayor número de personas posible. Esa es su carrera, su competición, para toda la vida. Es un testimonio que debería resonar especialmente fuerte para los cristianos al inicio de este nuevo milenio. Pablo, una vez más, vuelve en medio de nosotros como aquel que ha sabido comprender el espíritu universal de la predicación de Jesús y la ha convertido en la razón de su propia vida. Podríamos decir que es el primero que aplica la globalización del amor derrotando toda frontera, todo etnicismo, incluso el religioso. El apóstol quiere llegar a todo el mundo. Piensa en Roma, la capital del Imperio y quiere ir hasta España, el límite extremo de entonces. Pablo sigue siendo hoy para todas las comunidades cristianas el ejemplo de cómo se comunica el Evangelio hasta los confines extremos de la tierra. El problema, como siempre, no es exterior. No sabemos, por ejemplo, si Pablo llegó a España. Lo importante es la universalidad del corazón. Ahí, en nuestro corazón, es donde se abaten las fronteras y las barreras. Estas, de hecho, antes que fuera están trazadas en el corazón y en la mente de los hombres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.