ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 23 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Eclesiastés 3,1-11

Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer,
y su tiempo el morir;
su tiempo el plantar,
y su tiempo el arrancar lo plantado. Su tiempo el matar,
y su tiempo el sanar;
su tiempo el destruir,
y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar,
y su tiempo el reír;
su tiempo el lamentarse,
y su tiempo el danzar. Su tiempo el lanzar piedras,
y su tiempo el recogerlas;
su tiempo el abrazarse,
y su tiempo el separarse. Su tiempo el buscar,
y su tiempo el perder;
su tiempo el guardar,
y su tiempo el tirar. Su tiempo el rasgar,
y su tiempo el coser;
su tiempo el callar,
y su tiempo el hablar. Su tiempo el amar,
y su tiempo el odiar;
su tiempo la guerra,
y su tiempo la paz. ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? He considerado la tarea que Dios ha puesto a los humanos para que en ella se ocupen. El ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el mundo en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor, después de dejar atrás su disfraz de seudo-Salomón, propone una larga meditación sobre el tiempo. En la literatura sapiencial bíblica a menudo se destaca que todo tiene "su sazón", su tiempo: un árbol "da su fruto en sazón" (Sal 1,3), el trigo se guarda "en sazón" (Jb 5,26), los pájaros conocen "su estación" (Jr 8,7) e incluso la palabra tiene su momento "oportuno" (Pr 15,23). Por eso conocer el "tiempo" es un signo de sabiduría. Cohélet, con la composición heptasílaba de los "polarismos" quiere abarcar toda la vida humana marcando su tiempo con las distintas "estaciones" o "acontecimientos". Toda la vida del hombre, desde su nacimiento hasta su muerte, está marcada por la dialéctica de los contrarios que el autor propone como una larga letanía de los tiempos que construye toda la vida. Pero no es el hombre, quien construye su vida. No somos nosotros, quienes "elegimos" nacer y morir (v. 2), y tampoco podemos eliminar los "polos" que van marcando nuestra vida. Todo tiene un orden: "Todo tiene su momento" (v.1). La lista que propone quiere alejar la idea del desorden, pero el hombre no puede conocer el sentido que esconde y aún menos, guiarlo. El texto destaca la miseria del conocimiento humano. La misma vida es un "hacer" múltiple y variado, pero sin sentido. El hombre se afana por obtener resultados, por alcanzar metas, por construir el "mundo", pero no es su dueño. ¿Por qué afanarse, pues, si no puede disfrutarlo? Cohélet aleja la idea de que Dios se equivocó y recuerda que "Él ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo": Por tanto, es "apropiado" nacer y es "apropiado" morir; y es "apropiado" amar y también odiar, etcétera. Toda la creación tiene una armonía íntima. Ben Sirá también escribe: "Las obras del Señor son todas buenas, y él provee oportunamente a cualquier necesidad... No hay por qué decir: ¿Qué es esto? Y esto ¿para qué sirve? Todo se indagará a su tiempo. No hay por qué decir: Esto es peor que aquello, porque todo será reconocido en su momento" (Si 39,16.21). La experiencia nos dice que la vida es muy difícil de vivir (v 10) y de comprender: "el hombre no es capaz de descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin" (v.11). Pero Dios ha puesto "el conjunto del tiempo en sus corazones". Es verdad que el hombre no es capaz de comprender el sentido de los "tiempos" que se suceden uno a otro, pero puede comprender la eternidad, el "tiempo" de Dios. Precisamente conociendo su límite, el hombre se abre al sentido del misterio de Dios al que no se le escapa nada. Todo tiene un sentido, aunque el hombre no logra comprender todo el paso de los tiempos "de principio a fin". Saber que nuestra naturaleza es radicalmente finita nos lleva a confiar en el Señor. Ese es el sentido del "temor de Dios" que Cohélet propone a la conciencia humana. En ese camino del "respeto de Dios" descubrimos que lo hemos recibido todo y que, aunque no comprendamos el sentido profundo de este don que es la vida, podemos gozarla, pues sabemos que todo viene de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.