ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 25 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 5,21-33

Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol también lee las relaciones dentro de la familia según una lógica evangélica. Sabe que los miembros de una familia cristiana deben comportarse de manera nueva entre ellos, es decir, como personas "sometidas" ante todo a Cristo. De esta sumisión surgen nuevas relaciones también dentro del matrimonio. Todos son llamados a someterse recíprocamente "en el temor de Cristo". Antes de respetar roles sociales, el marido y la mujer pertenecen los dos a Cristo. Con esta exhortación se elimina de raíz cualquier tentación de autoritarismo, es decir, de que uno se sienta superior al otro. Pablo respeta las estructuras familiares vigentes en su tiempo, pero considera a las esposas y a los maridos como hermanos en Cristo. Su relación de esposos debe basarse en la misma fraternidad que existe en la Iglesia. Que la mujer casada se someta al marido, escribe Pablo. La sumisión, en aquel tiempo, no tenía nada de denigrante ni impedía a la mujer gozar de consideración y ser capaz de tener un peso social. Pablo, no obstante, añade: que se someta al marido "como al Señor", es decir, como se comportan los cristianos entre sí, con amor. La similitud que Pablo plantea entre Cristo-Iglesia y marido-mujer es más una analogía que un paralelismo (el marido no es el salvador de la mujer, como Cristo, en cambio, sí lo es de la Iglesia). Pablo no toca la jerarquía vigente en la época, sino que cambia radicalmente su motivación. El marido es "cabeza" en cuando imita el amor de Cristo por la Iglesia: debe servir a la esposa hasta dar la vida por ella. La analogía continúa: la sumisión que se pide a la mujer no significa obedecer las órdenes de un amo, sino abrirse al amor y acogerlo. Como consecuencia, la expresión final ("en todo"), que parece acentuar la subordinación de la mujer, recibe su verdadera luz: Pablo pide también a la mujer que se dé totalmente al marido. Pablo quiere que los esposos vivan la reciprocidad en el amor de manera similar al de Cristo-Iglesia, un amor capaz de dar la vida. No estamos hablando de un amor cerrado entre los dos, una especie de amor romántico. Al contrario, el amor que los esposos están llamados a vivir es el de ir más allá de ellos mismos. Su vocación es abrirse juntos a la vida y a la comunicación del amor hasta los confines de la tierra. El "misterio grande" del amor de Cristo y de la Iglesia ilumina el amor conyugal y le da la fuerza de avanzar siempre. Se supera así toda dimensión familista y de exclusión étnica. Por eso llega el momento en el que "dejará el hombre a su padre y a su madre". El amor que une a los dos esposos y es generador y hace que el amor llegue hasta los confines de la tierra.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.