ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 31 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filipenses 2,1-4

Así, pues, os conjuro en virtud de toda exhortación en Cristo, de toda persuasión de amor, de toda comunión en el Espíritu, de toda entrañable compasión, que colméis mi alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo exhorta a los cristianos de Filipos a vivir en el amor. Se preocupa como un padre por que sus hijos estén unidos. No dejemos que crezcan entre ellos semillas de división, de enfrentamientos y de contraposición (y sabemos que es fácil hacerlo). Todos debemos y podemos aprender a vivir en el amor. Y las palabras del apóstol nos ayudan a entender qué significa realmente amarse. Todos podemos aprender a vivirlo en cada época de nuestra vida. Podemos vivir en el amor solo si nos mueve la humildad y no la vanagloria, solo si buscamos el interés de los demás por encima del nuestro. El apóstol aborda aquí uno de los temas centrales de su discurso a los filipenses: solo obtenemos la unidad y la santidad en la medida en la que fijamos nuestra mirada en Jesús y tenemos en nuestro interior "los mismos sentimientos que Cristo". El cristiano es sobre todo aquel que modela su corazón según los sentimientos de Jesús, su mente según los pensamientos de Jesús y su vida según la vida de Jesús. El discípulo imita en todo al Maestro, lo sigue, lo escucha y no deja jamás de ser discípulo. En su vida Jesús, lo sabemos, experimentó la kenosis, es decir, se rebajó. Él, que era Dios, se humilló hasta hacerse siervo, aceptando la muerte, y una muerte en cruz, para mantenerse fiel a su decisión de amor, y salvar así el mundo. Su decisión de rebajarse hasta hacerse siervo no fue un falso humilismo, sino la consecuencia de un amor por los hombres que no tuvo límite alguno. Por ese amor Dios ensalzó a Jesús, es decir, lo liberó de los lazos de la muerte. Y en el nombre de Jesús todos pueden encontrar la salvación. La invitación del apóstol es muy concreta, como una regla que debe orientar toda la vida: que cada uno con toda humildad considere a los demás superiores a sí mismo. Es una regla muy práctica para ser feliz, porque nos ayuda a descubrir al prójimo, nos acostumbra a darle importancia, a no despreciarle, como hacemos cuando buscamos la brizna o emitimos juicios. Sigamos a Jesús, el más grande, que se hizo siervo para hacernos grandes. Porque el más grande es aquel que hace grandes a los demás.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.