ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 11 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Juan 1,3-9

La gracia, la misericordia y la paz de parte de Dios Padre y de Jesucristo, el Hijo del Padre, estarán con nosotros según la verdad y el amor. Me alegré mucho al encontrar entre tus hijos quienes viven según la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre. Y ahora te ruego, Señora - y no es que te escriba un mandamiento nuevo, sino el que tenemos desde el comienzo - que nos amemos unos a otros. Y en esto consiste el amor: en que vivamos conforme a sus mandamientos. Este es el mandamiento, como lo habéis oído desde el comienzo: que viváis en el amor. Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo. Cuidad de vosotros, para que no perdáis el fruto de nuestro trabajo, sino que recibáis abundante recompensa. Todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. El que permanece en la doctrina, ése posee al Padre y al Hijo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El "presbítero" que escribió esta segunda epístola de Juan es probablemente un discípulo del apóstol; y eso le permite utilizar el "nosotros" de la pertenencia a la comunidad juánica a la que quiere servir también con esta Epístola. Se dirige a la comunidad llamándola "Señora Elegida", para subrayar que es la comunidad de "elegidos", de creyentes que el Señor eligió para ser sus hijos. Ya desde el inicio de la Epístola el autor manifiesta su amor por aquellos a los que ama "en la verdad" (v. 1). En pocas líneas la palabra "verdad" (aletheia) se repite cuatro veces, como si quisiera convertirla en el tema central. El amor de Dios no es una cuestión de psicología o de sentimientos espontáneos, sino de "verdad", es decir, el Espíritu de Dios infundido en el corazón de los discípulos. Vivir en la verdad significa dejarse guiar por el Espíritu del Señor. La verdad se manifiesta plenamente en el amor. Así pues, es evidente que en la perspectiva cristiana no existe separación entre verdad y amor, son dos caras de una misma moneda. Los discípulos deben crecer en la verdad y en el amor, es decir, en el Espíritu Santo. Jesús lo dijo a los suyos en la última cena: el Padre "os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre" (Jn 14,16). Permanecer en la verdad del amor genera en el corazón de los creyentes "gracia, misericordia y paz". Por eso el autor de la Epístola expresa su alegría al saber que la comunidad camina "en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre" (v. 4). Se trata de una constatación que no le exime sin embargo de recomendar la perseverancia en vivir en el mandamiento "que tenemos desde el principio" (v. 5), que es el mandamiento del amor. Tal vez el autor teme amenazas externas que puedan contaminar la unidad de la comunidad. De todos modos considera oportuno reproponer la primacía del amor mutuo, porque es fácil dejarse arrastrar por las preocupaciones por uno mismo y por las cosas de uno mismo olvidando la primacía de Dios y de los hermanos, sustancia de la vida cristiana. Jesús mismo dijo: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros… En esto conocerán todos que sois discípulos míos" (Jn 13,34-35). Y la tradición nos dice que el apóstol Juan, en los últimos años de su vida, no hacía más que repetir a los discípulos que se amaran unos a otros. Eso mismo es lo que necesitamos todavía hoy.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.