ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 13 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 33 (34), 2-3.6-7.17-19.23

2 Bendeciré en todo tiempo al Señor,
  sin cesar en mi boca su alabanza;

3 en el Señor se gloría mi ser,
  ¡que lo oigan los humildes y se alegren!

6 Los que lo miran quedarán radiantes,
  no habrá sonrojo en sus semblantes.

7 Si grita el pobre, el Señor lo escucha,
  y lo salva de todas sus angustias.

17 el rostro del Señor hacia los bandidos,
  para raer de la tierra su recuerdo.

18 Cuando gritan, el Señor los oye
  y los libra de sus angustias;

19 El Señor está cerca de los desanimados,
  él salva a los espíritus hundidos.

23 Rescata el Señor la vida de sus siervos,
  nada habrán de pagar los que a él se acogen.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El salmista concluye la sección iniciada con el salmo 24 dando gracias y alabando a Dios. Es un pobre que, con alegría y reconocimiento, dirige al Señor su oración: “Bendeciré en todo tiempo al Señor, sin cesar en mi boca su alabanza…” (v. 2). Las palabras de este pobre están llenas de fe en su Dios que debe ser bendecido, alabado, glorificado, magnificado y exaltado. Los motivos casi se enumeran en el transcurso del salmo: el Señor responde a quien lo busca, escucha al pobre que grita, no permite que le falte nada a quien lo invoca, está cerca del que lo ama y salva al que está abatido. El salmista pone sobre nuestros labios palabras llenas de una confianza sólida y profunda, colmada de una religiosidad serena y simple. Este pobre, duramente golpeado como cualquier justo, permanece sin embargo firme en la confianza del Señor: este pobre es un anawin, un creyente de aquellos marginales que no encuentra ninguna consideración ni atención por parte de los hombres: sin embargo, ellos son amados por el Señor que les tiene en gran consideración; el Señor los mira, los escucha, está atento a su grito. Dice: “Si grita el pobre, el Señor lo escucha, y lo salva de todas sus angustias” (v.7). Hay un lazo directo entre los ojos del Señor y los ojos de los “pobres”: se miran recíprocamente y con una confianza mutua. A todos nosotros, creyentes, se nos pide introducirnos en esta doble mirada, la de Dios hacia los pobres y la de los pobres hacia Dios. Es el camino de la salvación, como también el camino para transmitir en el mundo el amor que cambia. El creyente está enviado para escuchar el grito de los pobres, así como escucha al Señor y su palabra. Por lo demás es el Señor, mucho antes que nosotros, quien escucha su grito y se inclina con misericordia para ayudarles. ¡Dichosos nosotros si imitamos al Señor! Y seremos también dichosos si miramos al Señor con la mirada de confianza y de abandono con que los pobres lo miran. En estos son nuestros maestros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.