ORACIÓN CADA DÍA

Te Deum
Palabra de dios todos los dias

Te Deum

Agradecimiento al Señor por el año transcurrido.
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Libretto DEL GIORNO
Te Deum
Sábado 31 de diciembre

Agradecimiento al Señor por el año transcurrido.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 95 (96), 1-2.11-13

1 ¡Cantad al Señor un nuevo canto,
  canta al Señor, tierra entera,

2 cantad al Señor, bendecid su nombre!
  Anunciad su salvación día a día,

11 ¡Alégrense los cielos, goce la tierra,
  retumbe el mar y cuanto encierra;

12 exulte el campo y cuanto hay en él,
  griten de gozo los árboles del bosque,

13 delante del Señor, que ya viene,
  viene, sí, a juzgar la tierra!
  Juzgará al mundo con justicia,
  a los pueblos con su lealtad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia de hoy nos hace cantar una vez más el salmo 95. Es bueno que en este último día del año, junto a toda la creación, cantemos nuestra acción de gracias al Señor por el gran don de la Navidad para nosotros y para la humanidad. Antiguamente los cristianos comenzaban el nuevo año partiendo precisamente del día del nacimiento de Jesús. En todo caso, es bella la tradición de la acción de gracias al final del año solar. El misterio de la Navidad nos muestra que el Señor no ha abandonado el mundo a su destino, a merced de las fuerzas del mal. Con el nacimiento de Jesús el Señor mismo ha venido a “gobernar” la tierra y a “juzgar” a los pueblos. Todos debemos elevar a Dios nuestra alabanza y nuestra acción de gracias. Los únicos ausentes en el coro de alabanza son los “dioses paganos” y sus siervos necios. Por lo demás, ellos son “nada” (v. 5). El salmista imagina una asamblea litúrgica reunida en el templo para alabar al Señor: “Gloria y majestad están ante él, poder y esplendor en su santuario” (v. 6), y exhorta a todos los pueblos: “Traed ofrendas, entrad en sus atrios, postraos ante el Señor en el atrio sagrado” (vv. 8-9). Es una mirada universal la que mueve al salmista y también a nosotros. Es toda la tierra, son todas las naciones, son todos los pueblos los que están invitados al templo santo. Para el salmista es el templo de Israel, el lugar que Dios ha elegido como su morada. Este templo ya no está reservado sólo a Israel, sino que pertenece a las “familias de los pueblos” (vv. 7-8). Por eso el salmista imagina una procesión en la que caminan juntos Israel y los pueblos de la tierra y entran unidos en el templo. Es el designio de Dios, como aparece en la Sagrada Escritura: el sueño universal de reunir a toda la familia de los pueblos alrededor del único Dios. Este sueño ha comenzado realizarse con plenitud precisamente con el adviento de Jesús. Con él ha comenzado el Reino de Dios, el reino de amor y de paz para todos los pueblos de la tierra. El Evangelio, es decir la buena noticia que Jesús ha venido a traernos es el adviento del Reino: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” (Mc 1,15). Ha sido el corazón de la predicación misma de Jesús. Con Él ha comenzado el tiempo final de la historia que abarca tanto los hombres como a la creación. Los creyentes, que se alegran por haber recibido el don de este sueño, pueden hacer suyas las palabras del salmo: “¡Alégrense los cielos, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto encierra; exulte el campo y cuanto hay en él, griten de gozo los árboles del bosque” (vv. 11-12). La venida de Jesús sobre la tierra concede un nuevo inicio a la historia. Es una historia de salvación porque, como canta el salmo, “el Señor, que ya viene, viene, sí, a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, a los pueblos con su lealtad” (v. 13). El juicio del Señor no es de condena sino de misericordia para todos los pueblos. Por esto, al final de este año solar, nos reunimos para darle gracias, a Él que “hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.