ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Martes 3 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 97 (98), 1.3-6

1 Salmo.
Cantad a Yahveh un canto nuevo,
porque ha hecho maravillas;
victoria le ha dado su diestra
y su brazo santo.
3 se ha acordado de su amor y su lealtad
para con la casa de Israel.
Todos los confines de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios.
4 ¡Aclamad a Yahveh, toda la tierra,
estallad, gritad de gozo y salmodiad!
5 Salmodiad para Yahveh con la cítara,
con la cítara y al son de la salmodia;
6 con las trompetas y al son del cuerno aclamad
ante la faz del rey Yahveh.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia nos hace rezar una vez más con el salmo 97 e invita a alabar al Señor por la salvación: “le sirvió de ayuda su diestra, su santo brazo” (v. 1), canta el salmista que parece querer multiplicar también con las palabras su invitación a la alegría: cantad, gritad, aclamad, tañed, aplaudid. Recuerda los prodigios que el Señor ha realizado: ha tenido una gran victoria, ha manifestado su salvación, ha revelado su justicia, se ha acordado de su amor, y ahora viene a juzgar la tierra con justicia, dice al final del salmo. La historia de amor entre el Señor y su pueblo no es, sin embargo, una historia que permanece encerrada dentro de esta alianza, aunque sea extraordinaria. La historia del pueblo de Dios está en estrecha relación con la de los demás pueblos de la tierra, en el sentido de que debe mostrar a todos la grandeza del amor de Dios para que puedan ser atraídos por él. En ese sentido, el pueblo del Señor no puede vivir para sí mismo y sólo para su salvación. En sus manos, ciertamente pobres y débiles y también pecadoras, el Señor ha depositado de todas maneras la responsabilidad de ayudar a todos los pueblos de la tierra a encaminarse hacia el Señor. Esta vocación de ser testigos universales del amor de Dios atañe de forma plena a la Iglesia. Los discípulos de Jesús están enviados por el Señor para comunicar hasta los confines del mundo el Evangelio del amor. Para los cristianos esta misión no es un orgullo, es sobre todo una tarea que el Señor nos ha confiado, precisamente como “pueblo” que no conoce confines. Se podría decir que la identidad del pueblo de Dios no es para separarse sino para empujar a todos hacia el “monte santo” de la paz. Y en un momento como este que estamos viviendo, donde se ve caer fácilmente en la tentación del repliegue sobre sí, en la defensa de los propios límites, es más urgente que nunca volver a descubrir esta vocación misionera hacia todos los pueblos. El salmista exhorta no sólo a realizarla, sino a emprenderla con alegría, como mostrando la belleza de la meta y por tanto también de la vocación. Podríamos inscribir en este horizonte la exhortación del Papa Francisco en la Evangelii gaudium dirigida a toda la Iglesia. El salmista pide a la asamblea del pueblo de Dios que se ponga delante del Señor mientras aparece en el esplendor de su realeza y le cante himnos “con la cítara al son de instrumentos; al son de trompetas y del cuerno” (v. 6). El salmista parece sugerir no sólo el momento de la liturgia, cuando la comunidad se reúne para alabar al Señor, sino también la alegría mientras se comunica a los pueblos de la tierra el Evangelio del amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.