ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Miércoles 4 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 97 (98), 1.7-9

1 Salmo.
Cantad a Yahveh un canto nuevo,
porque ha hecho maravillas;
victoria le ha dado su diestra
y su brazo santo.
7 Brama el mar y cuanto encierra,
el orbe y los que le habitan;
8 los ríos baten palmas,
a una los montes gritan de alegría,
9 ante el rostro de Yahveh, pues viene
a juzgar a la tierra;
él juzgará al orbe con justicia,
y a los pueblos con equidad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Por tercer día consecutivo la liturgia nos hace meditar el salmo 97. Esta vez, después del primer versículo que nos evoca la invitación a cantar un canto nuevo al Señor, se nos presentan los últimos tres versículos del salmo. Ayer el salmista nos ha implicado en la asamblea del pueblo de Dios reunido ante el Señor para darle gracias por la liberación de las manos del enemigo; y a cantar con alegría esta liberación, ha sido muy grande. Las palabras del salmo resuenan para nosotros en este tiempo de Navidad para empujarnos a vivir la alegría por el nacimiento del Salvador. Es la misma alegría de los ángeles que cantaron en la noche de Belén, es la misma alegría de los pastores cuando vieron a aquel Niño envuelto en pañales que yacía en un pesebre. Es la misma alegría de los pobres y los débiles cuando veían cómo Jesús se acerca de inmediato a ellos escogiéndoles como los primeros con los que comenzar el mundo nuevo de Dios. Todos los Evangelios concuerdan en mostrar la elección de los pobres como sus primeros amigos. Y toda la tradición de la Iglesia no cesa de subrayarlo. Y en este tiempo el Papa Francisco insiste en ser testigos de esta amistad entre los discípulos de Jesús y los pobres. Y allí donde en Navidad se ha mostrado esta estrecha amistad – y de muchas formas y en muchas ciudades la Comunidad de Sant’Egidio ha vivido este tiempo de esta manera – se ha multiplicado el gozo y la alegría. La alegría de la Navidad es la que aparece en los rostros de los pobres y de los débiles cuando son acogidos y amados. En el encuentro entre los discípulos y los pobres comienza el Reino de Dios, el tiempo final de la historia humana. El salmista, que ha exhortado al pueblo del Señor a cantar su alegría por la liberación, ahora convoca a todos los hombres y a toda la creación para que también ellos se alegren por esta obra del Señor: “Brame el mar y cuanto encierra, el mundo y cuantos lo habitan, aplaudan los ríos, aclamen los montes” (vv.7-8). El salmista parece querer convocar una festiva asamblea especial de todos los hombres y de toda la creación. Ya ha pasado el tiempo en el que, como escribe el apóstol Pablo, la creación “gime hasta y sufre dolores de parto” (Rm 8,22). Ahora, con la venida de Jesús todo es redimido, todo es salvado. El mal ya no tiene más poder. Y puede realizarse la escena del juicio final de Dios. El salmista imagina una asamblea final que ve reunidos a todos los pueblos y a toda la creación: “ante el Señor, que llega, que llega a juzgar la tierra. Juzgará el mundo con justicia, a los pueblos con equidad” (v. 9). El salmista no hace ninguna alusión al miedo del juicio, en todo caso sugiere una gran alegría de estar ante el Señor. Sí, la alegría vivida en Navidad con los pobres es la alegría del juicio de salvación que el Señor pronuncia ya desde hoy.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.