ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Jueves 5 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 99 (100), 2-5

2 servid a Yahveh con alegría,
llegaos ante él entre gritos de júbilo!
3 Sabed que Yahveh es Dios,
él nos ha hecho y suyos somos,
su pueblo y el rebaño de su pasto.
4 ¡Entrad en sus pórticos con acciones de gracias,
con alabanzas en sus atrios,
dadle gracias, bendecid su nombre!
5 Porque es bueno Yahveh,
para siempre su amor,
por todas las edades su lealtad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El salmo 99 trae un himno quizá atribuible a los peregrinos mientras entraban en procesión en el templo. El salmista exhorta a los peregrinos: “Entrad por sus puertas dando gracias, por sus atrios cantando alabanzas, dadle gracias, bendecid su nombre” (v. 4). La tradición judía ha dado al salmo el título de “Salmo para la todah”, para la acción de gracias del pueblo de Israel. Estando en el templo, en presencia de Dios, es como Israel lo reconoce como Señor: “el Señor nos ha hecho y suyos somos, su pueblo y el rebaño de sus pastos” (v. 3). El conocimiento del creyente no es un conocimiento simplemente conceptual, es espiritual en el sentido que abarca el corazón y cambia la vida. Conocer a Dios significa reconocerlo como el único Señor, como quien nos ha creado y a quien pertenecemos. La fe del creyente se convierte en una implicación con el Señor y con su diseño del mundo. Este es el sentido del servicio que debemos rendir a Dios: “servid al Señor con alegría” (v. 2). En el lenguaje bíblico, el servicio al Señor se refiere tanto al litúrgico como al de la vida de cada día. Servir al Señor significa “presentarse a él”, precisamente como sucede en el templo. Y es un servicio hecho en el gozo y en la alegría. La exhortación a servir en la alegría es una dimensión que atañe a toda la vida del creyente, la litúrgica y la vida de cada día. Son dos ámbitos diferentes que no hay que confundir, pero que tampoco hay que separar. Muchas veces los profetas han condenado la falsedad de un culto que olvida la vida, es decir, el compromiso por la justicia y el amor por los pobres. A través de sus palabras, Dios mismo rechaza un culto así. Es una dimensión que atraviesa toda la Escritura. Basta con pensar en la acusación que hace Jesús de los fariseos atentos a los ritos y a las formas pero distantes del amor al prójimo. El lazo entre la oración y la caridad se expresa de forma ejemplar en el díptico del buen samaritano, que se hace prójimo del hombre medio muerto, y de María que en la casa está a los pies de Jesús para escucharlo. El servicio que hay que hacer al Señor es el de una oración estrechamente ligada al amor por los pobres. El creyente debe ser hombre de oración y hombre de caridad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.