ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 13 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 77 (78), 3-8

3 Lo que hemos oído y aprendido,
  lo que nuestros padres nos contaron,

4 no lo callaremos a sus hijos,
  a la otra generación lo contaremos:
  Las glorias del Señor y su poder,
  todas las maravillas que realizó;

5 el pacto que estableció en Jacob,
  la ley que promulgó en Israel.
  Había mandado a nuestros padres
  que lo comunicaran a sus hijos,

6 que la generación siguiente lo supiera,
  los hijos que habían de nacer;
  que a su vez lo contaran a sus hijos,

7 para que pusieran en Dios su confianza,
  no olvidaran las hazañas de Dios
  y observaran sus mandamientos.

8 Para que no fueran como sus padres,
  generación rebelde y revoltosa,
  generación de corazón voluble,
  de espíritu desleal a Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esto leemos en los primeros versículos del salmo 77: “Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, presta oído a las palabras de mi boca; voy a abrir mi boca en parábolas, a evocar los misterios del pasado” (vv.1-2). De esta forma el salmista comienza este salmo que narra la larga historia del amor de Dios hacia su pueblo. El salmista comienza con la liberación de la esclavitud de Egipto: Dios “Hendió el mar y los pasó por él, contuvo las aguas como un dique ... Hendió rocas en el desierto, los abrevó a raudales sin medida; hizo brotar arroyos de la peña y descender las aguas como ríos. Pero pecaban y pecaban contra él, se rebelaban contra el Altísimo en la estepa” (vv. 13-17). Es una historia que se repite siempre sobre el mismo esquema: por una parte está el amor de Dios hacia Israel y por la otra la repetida traición de este amor por parte del pueblo. Israel se acuerda del Señor sólo cuando cae en una nueva esclavitud. Sólo entonces vuelve a dirigirse al Señor. Y el Señor, verdaderamente paciente, desciende de nuevo para ayudar a su pueblo. Es una historia que cada uno de nosotros conoce bien por experiencia directa. El amor del Señor es un amor fiel que acompaña, que perdona, que salva. Podríamos decir que para el Señor el amor con su pueblo es indisoluble. Aunque nos alejemos del Señor, Él sigue buscándonos, para volver a abrazarnos de nuevo. El salmista exhorta a recordar esta historia de salvación y narrarla: “Lo que hemos oído y aprendido, lo que nuestros padres nos contaron, no lo callaremos a sus hijos” (v. 3). No nos pide que seamos nosotros fieles a la alianza con Dios, pero al menos que recordemos la alianza de Dios con nosotros, que es indisoluble. Debemos comunicar este amor fuerte e indisoluble de generación en generación. Claro, recordemos también nuestros pecados, para no repetirlos. Y son numerosos. El salmista nombra la rebelión, murmurar, la falta de confianza, el olvido, la avidez, la insaciabilidad, la doblez, la deslealtad. Pero sobre todo invita a recordar las obras del Señor, las que han acompañado y salvado a Israel de la destrucción. Las Sagradas Escrituras no son otra cosa que la narración de esta historia de amor de Dios por su pueblo. El recuerdo de esta historia de amor no es una simple memoria del pasado. Quiere decir revivirlas en el presente. Este es el sentido de la escucha de las Sagradas Escrituras: cada vez que escuchamos estas páginas somos como acogidos en ellas, para revivirlas. A Gregorio Magno le gustaba repetir: la Escritura crece con quien la lee. También la escucha de este salmo nos ayuda a comprender mejor el misterio del amor de Dios. A pesar de ver, y castigar cada vez, la obstinación en el pecado, en cualquier caso Él permanece fiel a su pueblo. Dios parece no poder prescindir de amarnos. El amor del Señor, del que el perdón es parte integrante, triunfará en todo caso sobre nuestro pecado. A nosotros se nos pide que al menos nos dejemos buscar por el Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.