ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 14 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 23,1-12

Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame "Rabbí". «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie "Padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar "Directores", porque uno solo es vuestro Director: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jesús se encuentra en el templo. Es el último discurso dirigido a las multitudes, y en él arremete contra los “escribas y fariseos”. No son ellos los verdaderos pastores del pueblo del Señor. Sin embargo Jesús, más que atacar su doctrina –la cual considera justa y que debe ser observada- arremete contra su comportamiento, que está lejos de la verdadera tradición. Con su conducta ponen de manifiesto una religiosidad vacía y fría, hecha sólo de prácticas exteriores: alargan las “filacterias” –los pequeños estuches que contienen rollitos de pergamino en los que van escritos algunos pasajes bíblicos, y que se atan al brazo izquierdo y la frente- pero no las observan. El origen de las filacterias es sugerente: la Palabra de Dios debía ser recordada (la frente) y puesta en práctica (el brazo), pero para los fariseos era sólo una práctica exterior. Jesús dice además que “alargan las orlas”, es decir, las trencillas de tejido provistas de un cordoncillo violáceo y azul puestas en las cuatro esquinas de la vestidura externa. También Jesús las llevaba. Sin embargo la ostentación exterior mata la interioridad de estos signos. Se hace una reflexión análoga sobre su costumbre de buscar los primeros puestos en los banquetes o los primeros asientos en las sinagogas. Por último Jesús critica los títulos “académicos” y oficiales que los escribas y los sacerdotes exigían del pueblo y de sus propios discípulos. Entre ellos destaca el más conocido, “rabbí”, es decir, “mi Maestro”. Tampoco en este caso rechaza Jesús la misión de enseñar, sino que subraya la unicidad de la Palabra de Dios. Todos los creyentes están sometidos a ella: deben acogerla con fe, comunicarla y vivirla siempre allá donde estén. De aquí nace la paternidad de Dios sobre nuestra vida: el Evangelio, y no nuestras palabras o programas, deben tener autoridad sobre la vida. La tentación de acomodar el Evangelio a nuestras tradiciones y a las del mundo acecha siempre. Jesús estigmatiza esta tentación, y nos pide que hagamos lo mismo. Descubriremos entonces que la verdadera alegría y la verdadera grandeza están en ser siervos de la Palabra de Dios: escucharla y comunicarla a todos los que encontremos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.