ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 11 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 13,16-20

«En verdad, en verdad os digo:
no es más el siervo que su amo,
ni el enviado más que el que le envía. «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan
ha alzado contra mí su talón.
«Os lo digo desde ahora,
antes de que suceda,
para que, cuando suceda,
creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo:
quien acoja al que yo envíe me acoge a mí,
y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha
enviado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio que acabamos de escuchar nos lleva al interior del cenáculo. Jesús acaba de lavar los pies a los discípulos. Quería ser una enseñanza que demostrara hasta dónde llegaba su amor. Y Jesús quería que este tipo de amor reinara entre ellos, como el más alto calificativo de quien quisiera ser discípulo suyo. Y con solemnidad les dice: "No es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía". Los discípulos de ayer y de hoy están llamados a comportarse según esta lógica que tan vivamente ejemplificó Jesús con el lavatorio de los pies de los apóstoles. Era la manera más evidente para comentar la enseñanza de amar a los demás dando la propia vida. Y en esta voluntad de darse se esconde la alegría de los creyentes: "Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís". Es la presentación de un cristianismo que encuentra su alegría amando a los demás, gastando la vida por el Evangelio. No es que eso no cueste esfuerzo y no comporte sacrificios, pero comunicar el Evangelio proporciona una alegría aún mayor, porque nos permite tomar parte en el plan de amor que Dios tiene para el mundo. Por desgracia no siempre los discípulos de Jesús viven con este espíritu. También nosotros nos dejamos dominar fácilmente por un estilo de vida egocéntrico y perezoso. De ese modo desnaturalizamos el Evangelio y apagamos su fuerza de cambio. Judas es el ejemplo trágico de esa deriva. Él, a pesar de haber formado parte del círculo íntimo de Jesús, hasta el punto de que "mojó el pan en el mismo plato", llega a venderlo por pocas monedas. A pesar de todo, Jesús, que conocía la debilidad de los discípulos, los advierte de las dificultades que llegarán para que sean capaces de resistir a las insidias del mal. Lo importante es mantenerse unidos al Señor Jesús. El evangelista parece sugerir la solemnidad de la epifanía de Jesús: "Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy". La fórmula "Yo Soy" recuerda la voz que Moisés oyó en la zarza ardiendo. Efectivamente, escuchando a Jesús, escuchamos al Padre que está en el cielo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.