ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 19 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Reyes 17,1-6

Elías tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: "Vive Yahveh, Dios de Israel, a quien sirvo. No habrá estos años rocío ni lluvia más que cuando mi boca lo diga." Fue dirigida la palabra de Yahveh a Elías diciendo: Sal de aquí, dirígete hacia oriente y escóndete en el torrente de Kerit que está al este del Jordán. Beberás del torrente y encargaré a los cuervos que te sustenten allí." Hizo según la palabra de Yahveh, y se fue a vivir en el torrente de Kerit que está al este del Jordán. Los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy escuchamos la Palabra de Dios sobre el profeta Elías, que mañana recordaremos. Elías significa «el Señor es mi Dios». El Señor lo llama en un momento en el que la crisis religiosa de Israel había alcanzado su culmen: el pueblo había decidido seguir a otros ídolos. El rey Ajab, a instancias de su esposa, la princesa fenicia Jezabel, fomentaba el culto a Baal, al que dedicó un santuario en la capital, y también impulsó una campaña contra la fe de Israel y llegó incluso a asesinar a profetas. En este dramático contexto el Señor envía a Elías, que aparece de manera imprevista, sin previo anuncio. No es llamado profeta pero afirma estar en presencia de Dios y decreta una sequía basándose en su autoridad. Podríamos decir que su única fuerza es su palabra. Pero esa fuerza le viene por su obediencia inmediata y total a la Palabra de Dios. Elías solo puede desafiar el precipicio de incredulidad en el que ha caído Israel con la fuerza de la Palabra de Dios. La tarea de Elías se presenta en un momento crucial para la historia de Israel, quizás tanto como el que vivió Moisés. Tal vez por eso ha representado a los profetas junto a Moisés, que representa la Ley (Mc 9,4). Elías proclama una persistente sequía en la región: «no habrá en estos años rocío ni lluvia, si no es por la palabra de mi boca» (v. 1). Es el modo de indicar la lucha de Dios contra Baal, al que los mismos israelitas consideraban el dios de la lluvia. El profeta empieza su lucha directamente contra aquella idolatría. Conocía la fe del Levítico: «Si no me escucháis y no cumplís todos estos mandamientos, si despreciáis mis preceptos y rechazáis mis normas... traeré sobre vosotros el terror, la tisis y la fiebre, que os abrasen los ojos y os consuman la vida. Sembraréis en vano vuestra semilla, pues el fruto se lo comerán vuestros enemigos... Quebrantaré vuestro orgullo y vuestra fuerza y haré vuestro cielo como hierro y vuestra tierra como bronce. Vuestras fuerzas se consumirán en vano, pues vuestra tierra no dará sus productos y el árbol del campo os negará sus frutos» (Lv 26,14-20). El Señor envió a Elías durante aquel terrible azote al torrente de Querit. Aquel lugar, más que un refugio, representa retirarse a un lugar solitario, lejos de las preocupaciones del día a día, para dejar que el Señor transforme el corazón de los discípulos y les ayude a crecer en sabiduría. No es ninguna casualidad que en la Vida de Antonio, que tuvo una destacada influencia tanto en Oriente como en Occidente, Elías sea el arquetipo del monje que dedica toda su vida al Señor, de quien obtiene todo cuanto necesita. El profeta, al igual que el discípulo, recibe su alimento de Dios. El texto relata que «los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde» (v. 6); pueden parecer una presencia extraña, ya que el Levítico los incluye entre los animales impuros (11,15), pero son los que llevan el alimento al profeta. Dios elije lo que puede parecer inadecuado para ayudar a sus hijos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.