ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Fiesta de los santos Joaquín y Ana, progenitores del Señor. Recuerdo de todos los ancianos que con amor comunican su fe a los más jóvenes. Recuerdo de Maria, enferma psíquica que murió en Roma en 1991. Con ella, recordamos a todos los enfermos psíquicos.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 26 de julio

Fiesta de los santos Joaquín y Ana, progenitores del Señor. Recuerdo de todos los ancianos que con amor comunican su fe a los más jóvenes. Recuerdo de Maria, enferma psíquica que murió en Roma en 1991. Con ella, recordamos a todos los enfermos psíquicos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 77 (78), 18-19.23-28

18 Tentaron voluntariamente a Dios,
  reclamando comida para su apetito.

19 Hablaron contra Dios,
  dijeron: «¿Podrá ponernos
  una mesa en el desierto?».

23 Mandó desde lo alto las nubes,
  abrió las compuertas del cielo;

24 les hizo llover maná para comer,
  les hizo llegar un trigo celeste;

25 el hombre comió pan de los Fuertes,
  les mandó provisión para hartarse.

26 Hizo que el solano soplara en el cielo,
  con su fuerza atrajo el viento del sur,

27 hizo que les lloviera carne como polvo,
  y aves como la arena de los mares;

28 las dejó caer en el campamento,
  alrededor de sus moradas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

«Escucha, pueblo mío, mi enseñanza... Voy a abrir mi boca en parábolas, a evocar los enigmas del pasado» (vv. 1-2). Así empieza el salmista este salmo que narra la larga historia del amor de Dios por su pueblo; una historia que se repite siempre según el mismo esquema: por una parte, el amor de Dios por Israel; por la otra, el rechazo de este último; solo en el momento de necesidad Israel vuelve a dirigirse al Señor, pero cuando vuelve a gozar de bienestar, olvida el amor del Señor. Es una historia que cada uno de nosotros conoce por experiencia propia. Pero el salmista demuestra que Dios, a pesar de todo, continúa perdonando y salvando a su pueblo. Canta el salmo: Dios «dividió el mar y los pasó por él, contuvo las aguas como un dique. Partió rocas en el desierto, los abrevó a raudales sin medida; hizo brotar arroyos de la peña y descender las aguas como ríos. Pero pecaban y pecaban contra él, se rebelaban contra el Altísimo en la estepa» (vv. 13-17). El salmista invita a recordar esta historia de salvación y a explicarla: «Lo que hemos oído y aprendido, lo que nuestros padres nos contaron, no lo callaremos a sus hijos» (v. 3). Sí, hay que recordar los pecados para no repetirlos. Y son muchos, como indica el salmo: rebelión, tentación, murmuración, falta de confianza, olvido, avidez, insaciabilidad, desmemoria, falsedad y deslealtad. Canta el salmista: «Le halagaban con su boca, con su lengua le mentían; su corazón no era fiel, no tenían fe en su alianza» (vv. 36-37). Pero el texto invita a recordar sobre todo las obras del Señor, como la liberación de Egipto, la providencia en el desierto y la disponibilidad a perdonar siempre. El recuerdo de estos acontecimientos no es una simple evocación de unos hechos sino revivir en el presente lo que pasó en el pasado. Eso es lo que significa escuchar las Sagradas Escrituras. Cada vez que acogemos aquellas páginas, somos nosotros, los acogidos en esta historia de salvación. El salmo nos invita a reflexionar sobre el misterio del amor de Dios: Él, aun viendo y reprobando siempre la obstinación en el pecado, sigue siendo fiel al hombre a pesar de todo. Sí, el Señor conoce la debilidad del hombre: «Se acordaba de que solo eran carne, un soplo que se va y no vuelve más» (v. 39). Y el hombre pone duramente a prueba el amor de Dios, hasta el punto de que este tiene la tentación de abandonar a su pueblo, como se ve cuando desencadena su cólera hasta las puertas de la destrucción: entrega a su pueblo a la espada, el fuego devora a sus jóvenes y sus sacerdotes caen a cuchillo (vv. 62-64). Pero luego «el Señor despertó como de un sueño, como guerrero vencido por el vino» (v. 65). Dios parece que no puede evitar amar al hombre y por eso lo salva. La historia parece seguir siempre igual: tras el pecado llega el perdón de Dios, tras el perdón de Dios llega el olvido del pueblo. Pero al final no triunfa el pecado, sino el amor de Dios. La conclusión del salmo permite adivinar el final de la historia: el Señor «los pastoreaba con todo su corazón, con mano diestra los guiaba» (v. 72). El amor de Dios, que incluye el perdón, triunfará sobre el pecado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.