ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 8 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 1,12-14

Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático. Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los apóstoles ya no ven a Jesús a su lado. Sin embargo, Él está presente. Es más, ellos están juntos porque Él está presente, y su nombre les identifica. A todos los efectos son judíos: van al templo, guardan el sábado, cantan los salmos... pero no son como antes. Mantienen todas las tradiciones judías, pero su corazón ya es el Evangelio. Esta es la primera imagen de la comunidad cristiana que muestran los Hechos de los Apóstoles. Y, como en una foto, cada uno se reconoce como es. La comunidad cristiana, efectivamente, no es un grupo anónimo, una asamblea de gente que no se conoce, un conjunto en el que uno no sabe lo que hace el otro, y donde cada cual va por su cuenta. La primera comunidad está formada por hermanos y hermanas que se llaman por su nombre. La fraternidad es decisiva para cualquier comunidad que quiera ser discípula de Jesús. Lucas dice los nombres de todos. Además, Jesús los había llamado uno a uno por su nombre y había establecido con cada uno una relación directa, de confianza, La Comunidad cristiana es una auténtica familia. Los discípulos tienen un Padre, el de los cielos, y una madre, la de Jesús, que está en medio de ellos. En esta singular familia están todos juntos y se ayudan mutuamente. Son realmente distintos de como suele vivir la gente en nuestras ciudades que muchas veces son áridas de relaciones y se parecen más a un desierto que a un jardín. Jesús había enseñado a los discípulos a amarse unos a otros, a ayudarse mutuamente y a ocuparse de los necesitados. Su fuerza surgía de la oración hecha en común; no podían vivir sin ella: la oración los cimentaba uniéndolos firmemente, de manera indisoluble, podríamos decir. Por eso escribe el autor que «perseveraban en la oración». La oración hecha conjuntamente tiene una fuerza especial, como dijo el mismo Jesús: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos». La oración es la primera y la principal obra de los creyentes.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.