ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de santa Clara de Asís (+1253), discípula de san Francisco en el camino de la pobreza y de la simplicidad evangélica.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 11 de agosto

Recuerdo de santa Clara de Asís (+1253), discípula de san Francisco en el camino de la pobreza y de la simplicidad evangélica.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 2,14-21

Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne,
y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas;
vuestros jóvenes verán visiones
y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas
derramaré mi Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo
y señales abajo
en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas,
y la luna en sangre,
antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pedro, en nombre de todos, se dirige a la muchedumbre que se había congregado ante la puerta del cenáculo. Provenían de todo el mundo. El apóstol, mirando aquellos rostros, se acordó de las palabras antiguas de Joel cuando profetizó un sueño: «Vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños». ¿Cómo no pensar en los jóvenes de hoy que ya no tienen sueños y en los ancianos que ya no son capaces de mirar serenamente al tiempo que les queda por vivir? Existe como un foso que divide a las generaciones, a los pueblos y a los países. ¿Y cómo vamos a quedarnos quietos, resignados y asustados ante un mundo, como el de este nuevo milenio, que ya no sabe soñar a lo grande? Sí, muchos nos contentamos con nuestro pequeño sueño, con nuestro pequeño logro, y todos seguimos siendo esclavos del pequeño realismo de la vida de cada día. Pero es urgente volver a soñar un mundo mejor, un mundo de paz, un mundo donde el mal y la injusticia sean derrotados y pueda reinar el amor. Lo necesitan los jóvenes y los ancianos, pero también los niños, los hombres y las mujeres. Pedro, con su palabra, vuelve a darnos este sueño. Aunque, en realidad, ya no es un sueño: con Jesús se ha convertido en una realidad de la que todos pueden formar parte. Esa es una responsabilidad que reposa sobre los hombros de la generación cristiana de nuestro tiempo. El papa Francisco, como Pedro aquel primer día, continúa invitando a todos a salir de esquemas fijados y fríos para comunicar con audacia el Evangelio empezando por las periferias, los lugares donde la inhumanidad es más evidente. Pedro reproducía las palabras del profeta y las aplicaba a su época: «Y también sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo y signos abajo en la tierra». (2,18-19) El Espíritu lleva a los creyentes a las periferias de las grandes ciudades para llevar a cabo «prodigios» y «signos» con los que cambiarán la vida de las ciudades. Los signos del amor se hacen realmente prodigiosos y también contagiosos. Toda comunidad cristiana está llamada a escuchar estas palabras de Pedro y a vivirlas para que llegue una nueva primavera a la Iglesia y una renovación del mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.