ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de san Agustín (+430), obispo de Hipona (hoy en Argelia) y doctor de la Iglesia.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 28 de agosto

Recuerdo de san Agustín (+430), obispo de Hipona (hoy en Argelia) y doctor de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 6,8-15

Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales. Se levantaron unos de la sinagoga llamada de los Libertos, cirenenses y alejandrinos, y otros de Cilicia y Asia, y se pusieron a disputar con Esteban; pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos hombres para que dijeran: «Nosotros hemos oído a éste pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.» De esta forma amotinaron al pueblo, a los ancianos y escribas; vinieron de improviso, le prendieron y le condujeron al Sanedrín. Presentaron entonces testigos falsos que declararon: «Este hombre no para de hablar en contra del Lugar Santo y de la Ley; pues le hemos oído decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este Lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido.» Fijando en él la mirada todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esteban era el primero de los siete diáconos elegidos entre los discípulos de la diáspora, entre los helenistas. Rápidamente destacó por su alto testimonio: «realizaba grandes prodigios y signos entre el pueblo», escribe Lucas complacido. Y en los debates nadie era capaz «de enfrentarse a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba». Dos capítulos de los Hechos narran su historia; era un discípulo ejemplar en la primera comunidad. Los mismos miembros del Sanedrín quedaron asombrados por su acción misionera. Lucas no deja de destacarlo: «todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel». Esteban recordaba a Moisés, cuyo ministerio estuvo rodeado de un esplendor tan grande que los hijos de Israel no podían fijar la mirada en su rostro por la luz que emitía (Ex 34,29ss). Esteban, al igual que Moisés, era realmente un testigo del amor de Dios, un ángel enviado por el Señor. Y su testimonio se leía en su rostro: de él emanaba aquella luz misteriosa que llega a tocar el corazón de quien se acerca. La transmisión del Evangelio, efectivamente, se produce siempre por «atracción», es decir, por la fuerza y la belleza del encuentro. Eso es lo que se pide a los discípulos de todos los tiempos, sobre todo cuando los problemas hacen que la vida sea más complicada y muchos sienten la tentación de cerrarse en ellos mismos. Del mismo modo que el Maestro, también Esteban sufre primero el arresto y luego el juicio frente al Sanedrín. Y en el proceso, como Jesús, es condenado con falsas acusaciones. La historia de los discípulos recuerda siempre a la del Maestro. Esteban lo imita. En aquel momento difícil de su vida, se siente aliviado por la fuerza del Espíritu del Señor que no abandona a ninguno de los discípulos, sobre todo, en los momentos de dificultad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.