ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de los atentados terroristas de 2001 en EEUU; recuerdo de las víctimas del terrorismo y de la violencia, y oración por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 11 de septiembre

Recuerdo de los atentados terroristas de 2001 en EEUU; recuerdo de las víctimas del terrorismo y de la violencia, y oración por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 9,10-19

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: «Ananías.» El respondió: «Aquí estoy, Señor.» Y el Señor: «Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista.» Respondió Ananías: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.» El Señor le contestó: «Vete, pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre.» Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.» Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El visitante que entra hoy en Damasco por la puerta de Tomás se encuentra en seguida en la calle recta, la calle principal de la ciudad vieja. Es la calle de la que hablan los Hechos. Una antigua tradición sitúa precisamente en esa zona la casa de Ananías, donde llevaron a Pablo al llegar a la ciudad. El autor relata el pavor inicial de Ananías y el estupor que siente al conocer la noticia de la llegada de Pablo, al que consideraba uno de los enemigos jurados de la joven comunidad cristiana. Sin embargo, advertido por el Espíritu, en cuanto ve a Saulo va hacia él y le dice: «Saúl, hermano». Para Ananías, Saúl de Tarso ya no era un enemigo sino un hermano. Es la fuerza del encuentro en el nombre de la fraternidad. Sí, encontrarse con los demás sintiendo que son hermanos da al encuentro una eficacia de cambio extraordinaria. Aquel abrazo llega al corazón del perseguidor, se suma a su arrepentimiento y llega incluso a recuperar la vista. Los cristianos de Damasco pasaron a ser para él hermanos. El orgullo y la violencia que antes dominaban su corazón lo habían cegado. El Señor lo curó en lo más hondo del corazón. Pablo, en una visión, se había encontrado personalmente con Jesús resucitado, pero necesita a un hermano que lo ayude a abrir totalmente los ojos del corazón y los ojos del cuerpo. Ananías, que lo había abrazado como un hermano, ahora le explica las Escrituras y lo introduce en la vida de la comunidad. Cada vez que se anuncia la Palabra de Dios en la comunidad de los hermanos es como si nos llamaran por nuestro nombre, es decir, es como si nos pidieran que hagamos nuestra la Palabra que hemos escuchado y que la hagamos entrar en la vida de la fraternidad. Es una experiencia personal y gratuita, del mismo modo que personal y gratuita es la respuesta, que se produce siempre en un contexto eclesial. El Evangelio cambia la vida porque la salva de la soledad radical y la introduce en la comunidad del Resucitado.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.