ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 23 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 18,1-8

Después de esto marchó de Atenas y llegó a Corinto. Se encontró con un judío llamado Aquila, originario del Ponto, que acababa de llegar de Italia, y con su mujer Priscila, por haber decretado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma; se llegó a ellos y como era del mismo oficio, se quedó a vivir y a trabajar con ellos. El oficio de ellos era fabricar tiendas. Cada sábado en la sinagoga discutía, y se esforzaba por convencer a judíos y griegos. Cuando llegaron de Macedonia Silas y Timoteo, Pablo se dedicó enteramente a la Palabra, dando testimonio ante los judíos de que el Cristo era Jesús. Como ellos se opusiesen y profiriesen blasfemias, sacudió sus vestidos y les dijo: «Vuestra sangre recaiga sobre vuestra cabeza; yo soy inocente y desde ahora me dirigiré a los gentiles.» Entonces se retiró de allí y entró en casa de un tal Justo, que adoraba a Dios, cuya casa estaba contigua a la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y otros muchos corintios al oír a Pablo creyeron y recibieron el bautismo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estamos en el año 42 y Pablo, a pesar del turbamiento que le provocó lo sucedido en Atenas, no piensa que los griegos estén tan alejados de Dios y tan pagados de sí mismos como para ser impermeables al Evangelio. Se va de la capital y se dirige hacia Corinto, a unos 60 kilómetros de Atenas, otra ciudad griega cosmopolita y conocida por el comercio, por los juegos ístmicos que se celebraban allí y por la laxitud en las costumbres. Al entrar a la ciudad, Pablo va directamente a la populosa zona del puerto, donde se encuentra con Áquila y Priscila, una pareja de judeocristianos expulsados de Roma por un edicto del emperador Claudio contra los judíos. La administración romana no distinguía entre los dos grupos: los judíos convertidos al cristianismo y los demás judíos. Pablo se aloja en casa de aquella familia y trabaja con ellos para ganarse el pan. El sábado, como de costumbre, va a la sinagoga para explicar a todos que Jesús es el Mesías. Es significativa la anotación del autor de los Hechos sobre la actividad de Pablo: «se dedicó enteramente a la palabra». Es una indicación que debería dar que pensar a las comunidades cristianas de hoy para ayudarlas a redescubrir la urgencia de comunicar nuevamente el Evangelio. La perspectiva misionera, tanto en Occidente como más allá de sus fronteras, debe recuperar el primado en la vida de los creyentes y de las Iglesias, como lo tuvo en tiempo de Pablo. Demasiado a menudo nos movemos solo en el ámbito de nuestra realidad eclesial. Con renovada energía tenemos que sentir la preocupación por comunicar el Evangelio a quien todavía no lo ha recibido. Esa era precisamente la urgencia de Pablo que se dedicaba «en cuerpo y alma» al Evangelio. Y no faltaron frutos: incluso Crispo, el jefe de la sinagoga, se convirtió. Y Corinto vio nacer una numerosa comunidad formada en gran parte por comerciantes, marinos, esclavos y libertos. Se podría decir que era una comunidad de gente de puerto: un grupo muy activo, dinámico y, al mismo tiempo, complejo, y con no pocos problemas de convivencia. En cualquier caso, aquella comunidad era un signo de esperanza no solo para aquellos portuarios sino para toda la ciudad de Corinto. Eso mismo es lo que se pide a nuestras comunidades, que muchas veces son minoritarias en nuestras ciudades complejas y plurales: ser casas de paz y de amor que humanicen toda la ciudad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.