ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 17 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 24,1-9

Cinco días después bajó el Sumo Sacerdote Ananías con algunos ancianos y un tal Tértulo, abogado, y presentaron ante el procurador acusación contra Pablo. Citado Pablo, Tértulo dio principio a la acusación diciendo: «Gracias a ti gozamos de mucha paz y las mejoras realizadas por tu providencia en beneficio de esta nación, en todo y siempre las reconocemos, excelentísimo Félix, con todo agradecimiento. Pero para no molestarte más, te ruego que nos escuches un momento con tu característica clemencia. Hemos encontrado esta peste de hombre que provoca altercados entre los judíos de toda la tierra y que es el jefe principal de la secta de los nazoreos. Ha intentado además profanar el Templo, pero nosotros le apresamos. Interrogándole, podrás tú llegar a conocer a fondo todas estas cosas de que le acusamos.» Los judíos le apoyaron, afirmando que las cosas eran así.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En Cesarea, Pablo vuelve a ser juzgado ante el gobernador romano, Félix. Con el imputado llegan también los acusadores guiados por el sumo sacerdote Ananías. El ambiente de Cesarea no es hostil a Pablo como el de Jerusalén. La narración del debate muestra un ambiente más bien calmado: apariciones tranquilas, aplazamientos de las discusiones, tiempos de reflexión, coloquios privados, visitas de cortesía, e incluso encuentros con la élite de la ciudad. Pablo estará algo más de dos años en esta atmósfera. Obviamente, en la cárcel. Las autoridades romanas parecen no tener prisa; el tiempo –piensan– corre a su favor. Además, era evidente que los jueces querían deshacerse del apóstol. Y el gobernador romano se había dado cuenta de que Pablo era víctima del fanatismo judío. Fue tildado de «jefe principal de la secta de los nazoreos» y de «peste de hombre». Esa es la acusación política. Y esta acusación –pronunciada por un tal Tértulo– se resumía en el hecho de que Pablo había profanado el templo. Una vez más la multitud se pronuncia contra Pablo, tal como había pasado ya con Jesús. Pero el apóstol recibe el consuelo del Señor que lo sostiene y lo anima. El Señor nunca abandona a los que confían en él.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.