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Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

La Iglesia bizantina venera hoy a san Sabas (†532) "archimandrita de todos los eremitorios de Palestina". Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 5 de diciembre

La Iglesia bizantina venera hoy a san Sabas (†532) "archimandrita de todos los eremitorios de Palestina".


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 10,21-24

En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.» Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los setenta y dos discípulos enviados por Jesús en misión experimentaron la fuerza del Evangelio para cambiar su vida y la del mundo que les rodeaba. Una vez que regresan cuentan a Jesús su extraordinaria experiencia como misioneros. Estaban llenos de alegría por los prodigios que pudieron realizar. También Jesús exulta "de gozo en el Espíritu Santo". Es la alegría de ver el evangelio dar los primeros frutos del trabajo de sus discípulos, a los que él ha llamado para hacerles partícipes de su misma obra, de su mismo sueño, es decir, de la salvación de los hombres y de las mujeres del poder del mal. Conmovido por lo sucedido, Jesús eleva los ojos al cielo y da gracias al Padre porque ha elegido confiar su designio de amor a esos discípulos que se han confiado a él. En un contexto religioso que daba gran espacio los doctores de la ley y a la práctica de las reglas, el Padre había elegido a los que se dejaban tocar el corazón por Jesús y se confiaban totalmente a él. La fe no es adhesión a verdades abstractas, sino vivir en comunión con Jesús. Y, por tanto, también con el Padre. En efecto, Jesús explica "nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". En la familiaridad con Jesús y con el Padre se esconde toda la alegría de los discípulos. Y Jesús, al final de su alabanza al Padre, se lo explica a los discípulos exhortándoles a gustar esta alegría. Les llama "dichosos" porque pueden participar de su misma misión. Son dichosos porque entran en el corazón de la nueva historia que Dios está comenzando con los hombres. Siendo "pequeños", es decir, no llenos de sí mismos ni de su sabiduría, pueden comprender la grandeza de la misión que se les confía. Muchos "profetas y reyes" han deseado lo que ellos están viviendo. Pero el Señor les ha elegido a ellos para participar en la edificación del nuevo reino de paz, de justicia y de amor. Esta página evangélica se nos confía también a nosotros, discípulos del último momento, para que podamos seguir comunicando el Evangelio que cambia el mundo. Y esta es nuestra alegría.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.