ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 9 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,21-28

Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con su pequeña comunidad de discípulos, Jesús entra en Cafarnaún, la ciudad más grande de la Galilea de entonces, y la elige como residencia suya y de aquel pequeño grupo de discípulos que había reunido. No se retira lejos, fuera de la vida ordinaria de los hombres, para conducir una vida tranquila con un pequeño grupo de amigos. De hecho, no había venido para garantizarse la existencia ni para su satisfacción personal rodeado de un pequeño grupo de seguidores. Había venido con el designio de salvar a todos de la soledad, del pecado y de la muerte. Por esto se establece precisamente dentro de la ciudad más importante del Norte del país, Cafarnaún. Con aquel pequeño grupo de personas, Jesús quiere transformar la vida de aquella ciudad, y sucesivamente, la de todas las ciudades y países. Es propio de la comunidad cristiana, por muy pequeña que esta sea, no vivir replegada sobre sí misma, sino tener la mirada, el corazón y la preocupación por la ciudad en su conjunto, como "comunidad" de hombres que el Evangelio debe fermentar de amor. No es que la comunidad cristiana tenga un proyecto suyo que imponer. Sin embargo, tiene la misión de introducir en el tejido de la vida ciudadana la fuerza del Evangelio y de afirmar que sólo Jesús es el Señor, no el dinero ni el poder y mucho menos la injusticia y la corrupción. El evangelista señala que Jesús "al llegar" se dirige a la sinagoga y se pone a enseñar. El primer "servicio" que la Iglesia desarrolla en la ciudad es, precisamente, comunicar el Evangelio. Es para decir que el Evangelio es una palabra exigente, que pide el cambio del corazón, que transforma profundamente a quien lo acoge, que provoca un cambio real. Por esto todos los que le escuchan se quedaban asombrados. Jesús, a diferencia de los escribas, no pronuncia sólo palabras, Él cambia la vida de la gente empezando por los más pobres. Y de qué tipo es su autoridad lo muestra inmediatamente liberando a un hombre poseído por un espíritu inmundo. El Evangelio es una palabra con autoridad porque no oprime; al contrario, libera a los hombres y las mujeres que todavía hoy están poseídos por numerosos espíritus malignos que les hacen esclavos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.