ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 11 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,40-45

Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme.» Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.» Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.» Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La predicación de Jesús en Galilea duró varias semanas y, durante este periodo, realizó varios milagros, entre ellos este que se refiere a un leproso. Como es sabido, los leprosos estaban condenados a la marginalidad. Lo único que podían desear era alguna que otra limosna. Pero este leproso, escuchando lo que Jesús hacía, no se resignó a su condición. Quería curarse a toda costa. Y, superando las prescripciones que le impedían entrar en un lugar habitado, llegó ante Jesús. Por lo demás, ¿a quién más podía acudir sino a este joven profeta que no hacía distinción entre personas y ayudaba a todos, especialmente al pobre y al enfermo? Todos, por temor al contagio, le mantenían a la debida distancia. Jesús, en cambio, lo vio y lo acogió. En aquel leproso está presente toda la multitud de los que todavía hoy no tienen esperanza de curación y son alejados de los hombres por miedo al contagio. A veces no se trata sólo de personas sino de pueblos enteros que son excluidos del desarrollo al que todos tienen derecho. Cuando llega ante Jesús, aquel leproso se arrodilló e invocó la curación: "Si quieres, puedes limpiarme", le dijo. El evangelista advierte que Jesús, al verle, se compadeció. Y Jesús escuchó la oración y le dijo: "Quiero; queda limpio". Y tocó con la mano a aquel leproso que según la ley debía ser intocable. Los tres Sinópticos refieren en concordia este gesto de Jesús que tocó con la mano al leproso. El encuentro también físico con Jesús curó al leproso. Jesús le devolvió la dignidad del cuerpo y el derecho de habitar con todos sin volver a ser discriminado. Esta escena evangélica nos interroga: los numerosos leprosos de hoy, ¿no deberían tener hacia nosotros la misma confianza que aquel leproso depositó en el joven profeta de Nazaret? Jesús, quizá para impedirle que fuera perseguido porque había violado la prescripción, le advirtió que no dijera nada y le exhortó a presentarse a los sacerdotes y ofrecer cuanto estaba prescrito. Pero aquel hombre, lleno de alegría, no se contuvo de divulgar la noticia, y comunicó a todo el que encontraba la alegría desbordante que sentía. El milagro narrado por Marcos nos pide a todos, a las comunidades cristianas de hoy, estar atentos al grito de los pobres, como lo estaba Jesús, y "obrar" también nosotros junto a Jesús los milagros que devuelven la dignidad y aumentan la alegría de los enfermos y de los pobres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.