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Oración por la Paz
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 19 de febrero

En la Basílica de Santa María de Trastévere se reza por la paz


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 25,31-46

«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." Entonces dirá también a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis." Entonces dirán también éstos: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?" Y él entonces les responderá: "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo." E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este primer lunes de Cuaresma se abre con el Evangelio del último día, el del juicio final. La escena es grandiosa: Jesús, en el papel de rey, está sentado en el trono "con todos sus ángeles". Ante él, como en un inmenso escenario, se encuentran reunidas "todas las naciones". Sólo hay una división entre ellos, la relación que cada uno ha tenido con el Hijo del hombre presente en cada pobre. El juez mismo, de hecho, se presenta como el que tiene sed, hambre, el desnudo, el extranjero, el enfermo, el encarcelado. "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber". El diálogo entre el Rey y los interlocutores de los dos grupos enfoca este aspecto desconcertante: el juez glorioso del final de los tiempos, que todos los interlocutores reconocen como "Señor", tenía el rostro de ese mendigo que pedía limosna por las aceras de nuestra ciudad, de ese anciano abandonado en el hospital para enfermos crónicos, de esos extranjeros que llaman a nuestras puertas y que a menudo se ven rechazados, de los encarcelados que apenas reciben visitas. La repetición de las seis situaciones de pobreza (se repite hasta cuatro veces en pocos versículos), con la correspondiente lista de la ayuda prestada o denegada, tal vez quiere indicar la frecuente repetición de esas situaciones en la vida de cada día por todo el mundo. Este Evangelio nos viene a decir que el encuentro decisivo entre el hombre y Dios (decisivo porque sobre ello seremos juzgados de manera definitiva) no tiene lugar en un marco de gestos heroicos y extraordinarios, sino en nuestros encuentros de todos los días, en el ofrecer ayuda a quien la necesita, dar de comer y de beber a quien tiene hambre y sed, en el acoger y proteger a quien está abandonado. La identificación de Jesús con los pobres -los llama incluso sus hermanos- no depende de sus cualidades morales o espirituales; Jesús no se identifica sólo con los pobres buenos y honestos. Los pobres son pobres, sin más, y como tales en ellos encontramos al Señor. Se trata de una identidad objetiva: ellos representan al Señor porque son pobres, pequeños, débiles. Porque Jesús mismo se ha hecho pobre y débil. Es aquí, por las calles del mundo, que tiene lugar el juicio final, y los pobres serán realmente nuestros abogados. Es bueno preguntarse si tanto nosotros como nuestras comunidades viven esta dimensión cotidiana de la caridad: si estamos de su parte, o por el contrario, estamos del lado de aquellos a los que su presencia les resulta un fastidio. El papa Francisco, plenamente consciente de que todos seremos juzgados en relación a esto, nos recuerda una extraordinaria verdad: "Toquemos la carne de Jesús tocando la carne de los pobres". Es una de las verdades más hermosas y revolucionarias del Evangelio, que nosotros los cristianos estamos llamados a vivir y a testimoniar.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.