ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 12 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 4,43-54

Pasados los dos días, partió de allí para Galilea. Pues Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis.» Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo.» Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive.» Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre.» El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Hoy se abre la cuarta semana de Cuaresma, y en las lecturas de la Santa Liturgia se nos presenta a Jesús como Señor de la vida. El Evangelio de Juan, que desde hoy nos acompañará hasta el final de la Cuaresma, presenta a Jesús que acaba de regresar a Galilea, a su región, a pesar de haber dicho que nadie es profeta en su patria. En realidad el evangelista amplía el sentido de la narración extendiéndolo a toda la humanidad: Jesús no ha venido sólo para los judíos (su patria), es decir, todos los que formaban parte del pueblo de Israel, sino para todos los hombres, de cualquier cultura, pueblo o credo. La fe, de hecho, no se apoya sobre privilegios humanos o características terrenas, sino sólo sobre la adhesión del corazón a Jesús y a su Evangelio. Es lo que ocurre con este oficial de Cafarnaún. Él, un funcionario del rey Herodes Antipas, tiene a un hijo enfermo, y piensa que Jesús puede curarlo. Va donde está Jesús y le pide que vaya a su casa porque el hijo estaba a punto de morir. Jesús parece resistirse a la oración de este padre, y como enfadado responde: "Si no veis signos y prodigios, no creéis". Sin embargo el funcionario insiste, y Jesús, a la vista de la insistencia -¿no pide a los discípulos que recen con insistencia?- replica inmediatamente: "Vete, que tu hijo vive". Para ese hombre bastó esta palabra de Jesús y se puso en camino hacia su casa. Y el evangelista señala: "Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía". Fue un milagro a distancia que se debe a la fe de ese funcionario, que se nos presenta como un verdadero creyente. No era judío, y ni siquiera frecuentaba la sinagoga, pero creyó sin titubeos la palabra de Jesús. Por esta fe le fue devuelto el hijo curado. Acogiendo en el corazón esta fe continuemos nuestro camino hacia la Pascua, y experimentemos en nosotros mismo la fuerza de curación del Evangelio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.