ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 21 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 8,31-42

Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad
y la verdad os hará libres.» Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo:
todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre;
mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad,
seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham;
pero tratáis de matarme,
porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo
lo que he visto donde mi Padre;
y vosotros hacéis
lo que habéis oído donde vuestro padre.» Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham.» Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham,
haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme,
a mí que os he dicho la verdad
que oí de Dios.
Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre.»
Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la
prostitución; no tenemos más padre que a Dios.» Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí,
porque yo he salido y vengo de Dios;
no he venido por mi cuenta,
sino que él me ha enviado.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Esta página evangélica se sitúa en el contexto de la tensión que se había creado entre la primera comunidad cristiana y el judaísmo. Los primeros cristianos fueron sometidos a una dura prueba por la hostilidad de los judíos, que reivindicaban la tradición de la ley mosaica. El evangelista Juan recuerda a los discípulos de Jesús que "permanezcan" en su Palabra: no sólo que la escuchen sino que la habiten como si fuera su propia casa; en definitiva, que la pongan en práctica como la palabra más familiar de su vida. La Palabra recibida y escuchada con fidelidad es la verdadera casa que el cristiano está llamado a habitar: su vida debe estar como envuelta, sostenida, fermentada por el Evangelio. La libertad cristiana consiste en escuchar y seguir la palabra evangélica, que es un yugo dulce que nos libera de las duras cadenas del amor por nosotros mismos. La libertad no nace de la ley, y ni siquiera de la pertenencia, aunque sea a la "estirpe de Abrahán"; la libertad cristiana es el fruto de la adhesión a Jesús con la vida entera, es vivir participando de forma plena, junto a los hermanos, de la misión de Jesús. La libertad cristiana no es la disolución de todo vínculo para poder hacer lo que uno quiere. Esto es egoísmo, o esclavitud de las modas del mundo y las seducciones del mal. Hay siempre una presunción en el esclavo, la de negar su esclavitud, porque pone a salvo de las responsabilidades y del cansancio de buscar siempre la dirección hacia la que encaminarse, y también de formar parte de un "nosotros", de ese pueblo que Jesús ha venido a reunir en la tierra. "La verdad os hará libres", dice Jesús. Y la verdad es Jesús mismo. Es la adhesión a él -una adhesión permanente- la que libera de toda esclavitud terrena, y que permite gustar ya desde este momento de la libertad frente al pecado. No basta considerarse "hijo de Abrahán" para serlo de verdad, subraya Jesús: la verdadera filiación, la que convierte en amigo y familiar de Dios, surge del "hacer las obras del Padre". Jesús insiste: "Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán". Sin embargo aquellos judíos estaban muy lejos de seguir a Abrahán. No sólo querían matar a Jesús -cosa que a Abrahán ni se le hubiera pasado por la cabeza-, sino que realizó la obra más alta para un creyente: obedecer la palabra del Señor y confiarle toda su vida, como escribe la Carta a los Hebreos: "Por la fe, Abrahán... obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11, 8).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.