ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Pascua
Palabra de dios todos los dias

Oración de la Pascua

Recuerdo de Tijón, patriarca de Moscú y de toda Rusia, muerto en 1925, y con él de todos los confesores y mártires de la Iglesia ortodoxa rusa durante el régimen comunista. Recuerdo del genocidio de 1994 en Ruanda. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Pascua
Sábado 7 de abril

Recuerdo de Tijón, patriarca de Moscú y de toda Rusia, muerto en 1925, y con él de todos los confesores y mártires de la Iglesia ortodoxa rusa durante el régimen comunista. Recuerdo del genocidio de 1994 en Ruanda.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 16,9-15

Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia de la Iglesia nos anuncia una vez más la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena, según la narración del evangelista Marcos. María Magdalena, a quien Jesús había liberado de siete demonios, también para el segundo evangelista es la "primera" anunciadora de la resurrección. Ella, "que ha amado mucho" y que por ello mucho le ha sido perdonado, recibe el privilegio de ser la primera discípula del Resucitado y la primera a quien se confía la tarea de anunciar a los discípulos el Evangelio de la resurrección. Los apóstoles no la creen; son aún esclavos de la mentalidad de este mundo y sobre todo de su olvido. No es suficiente estar "tristes y llorosos" para amar a Jesús; es decir, no es suficiente con nuestros sentimientos personales, nuestros pensamientos, nuestras consideraciones, lo que cuenta es escuchar a otro que habla en nombre de Jesús. La humildad, que es la puerta para acceder a la fe, exige escucha, o sea, estar atentos a algo que no es nuestro y que viene de lo Alto. He aquí la voz de una mujer que ha visto al Señor resucitado. Jesús, desde el primer momento de la resurrección, se sirve de la debilidad de esta mujer para confundir la presunción de los discípulos. La tradición bizantina, con una gran sabiduría espiritual, llama a María Magdalena "apóstol de los apóstoles". Luego el evangelista retoma, aunque en pocas líneas, el encuentro de Jesús con los dos discípulos de Emaús y reitera que aún no se había aparecido a los apóstoles, es decir, a quienes había puesto al frente de su Iglesia. Una vez más los apóstoles no quieren creer a los dos discípulos que narran lo que les había sucedido. El evangelista parece querer subrayar la dificultad en creer en la resurrección desde el comienzo de la Iglesia, desde el primer día y por parte de los apóstoles, de aquellos sobre quienes se debe fundar la Iglesia. Pero las dificultades y la incredulidad de los apóstoles para creer en la resurrección, no pueden frenar la prisa por anunciar a todos la victoria de Jesús sobre la muerte. Aquí hay una mujer y dos discípulos anónimos que sin tardar van enseguida a comunicar lo que han visto y oído. Esta página del Evangelio nos sugiere que a cada discípulo individualmente se le confía la tarea de comunicar la resurrección de Jesús, su victoria sobre el mal y sobre la muerte. No es casualidad que los primeros anunciadores del Evangelio de Pascua no hayan sido los apóstoles sino una mujer y dos discípulos anónimos. La conclusión de la narración abre la mirada sobre la Iglesia entera (sobre los Once a quienes Jesús reprende por su incredulidad, y también sobre los demás discípulos) enviada a comunicar el Evangelio de la Pascua hasta los confines del mundo para que cada criatura sea abrazada por su fuerza liberadora.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.