ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María de Trastévere de Roma se reza por los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 4 de junio

En la Basílica de Santa María de Trastévere de Roma se reza por los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 12,1-12

Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo le respetarán". Pero aquellos labradores dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia." Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que los constructores desecharon,
en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto
y es maravilloso a nuestros ojos?» Trataban de detenerle - pero tuvieron miedo a la gente - porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, al ver que los jefes del pueblo se niegan a aceptar su autoridad sobre su vida y sobre la vida de Israel, narra la parábola de los viñadores homicidas. Quienes la escuchan saben perfectamente qué es la viña: el pueblo de Israel. Los profetas han hablado de ella en muchas ocasiones. Y también saben todos perfectamente quién es el señor que la ha plantado, la ha cuidado y la ha cultivado: Dios. Revisando rápidamente la historia del pueblo de Israel, Jesús se presenta como el hijo enviado para salvar la viña que Dios ha cultivado y aclamado. Jesús la salva de los arrogantes incluso a costa de ser echado y asesinado. La autoridad de Jesús no se basa en un cargo, sino en su amor y en su servicio hasta la muerte. Esa es la fuente de la que brota la autoridad que preside la vida de la comunidad cristiana. Y Jesús es su manifestación más clara. Él ama a los suyos, aquellos que le ha dado el Padre, más que su propia vida. Por eso tiene autoridad sobre la viña. Los jefes de los sacerdotes intentaron capturarle, pero tuvieron miedo, escribe Marcos. No son ellos, los que le dan muerte; es el mismo Jesús el que se «entrega» para que la viña no solo no quede abandonada sino que crezca y dé mucho fruto. ¿Cómo se puede no acoger a un hombre que ama de manera tan grande? En la muerte violenta del «heredero, el hijo querido» ya se entreve la Pasión de Jesús. El Evangelio, sin embargo, anuncia que el señor de la viña vendrá y la «entregará a otros». Los otros somos nosotros, los discípulos de Jesús, que allí donde estemos estamos llamados a proteger y servir la viña del Señor para que dé frutos para todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.