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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Bonifacio, obispo y mártir. Anunció el Evangelio en Alemania y fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía (+ 754) Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 5 de junio

Recuerdo de san Bonifacio, obispo y mártir. Anunció el Evangelio en Alemania y fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía (+ 754)


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 12,13-17

Y envían donde él algunos fariseos y herodianos, para cazarle en alguna palabra. Vienen y le dicen: «Maestro, sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o dejamos de pagar?» Mas él, dándose cuenta de su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea.» Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César.» Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios.» Y se maravillaban de él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos nos presenta ahora a los fariseos y a los herodianos, que le plantean a Jesús la cuestión del tributo al César. Su falsedad es manifiesta desde el inicio. Adulan a Jesús para tenderle una trampa. Pero no se puede entrar en el Evangelio con ardides. Ante la disyuntiva que le plantean para hacerle caer en la trampa, Jesús cambia de plano, pide que le traigan una moneda y responde con una pregunta: «¿De quién son esta imagen y la inscripción?». Tras escuchar la respuesta, Jesús replica: «Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios». Al César hay que devolverle su moneda. Y a Dios hay que devolverle todo lo que es de Dios. Jesús pide una decisión sobre esta cuestión: dar a Dios lo que es de Dios. ¿Y qué es de Dios, sino el hombre? En el hombre, efectivamente, está grabada su imagen. El hombre, todo hombre, incluso el más pequeño e indefenso, pertenece a Dios y a Dios debe volver. Dios tiene la primacía absoluta sobre la vida del hombre, y esa primacía hay que defenderla por encima de todo, del mismo modo que se debe respeto a la sociedad civil y a sus leyes. Esta página evangélica debe ayudar a promover el respeto y la tolerancia, sin perder de vista que nadie puede herir ni humillar la vida del hombre. Solo Dios es Padre y Señor de todos. Los cristianos, pues, están llamados a obedecer las leyes y a colaborar de manera sincera con las autoridades legítimas. Pero la invitación de Jesús de dar a Dios lo que le corresponde nos recuerda también nuestra responsabilidad de testimoniar el Evangelio y de vivir las enseñanzas de la Iglesia con libertad y conciencia para que la vida de los hombres y las mujeres sea defendida y protegida en nuestras sociedades y en el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.