ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 12 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,13-16

«Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús dice a los discípulos que son la sal de la tierra y la luz del mundo. Cada uno de nosotros sabe que es una pobre persona, llena de límites y de defectos. No somos sal y luz por nosotros mismos, sino únicamente cuando estamos unidos a la verdadera sal y a la verdadera luz, que es Jesús. Sus discípulos, a diferencia de lo que pasa entre los hombres, no están condenados a esconder ante Dios su debilidad y su miseria. Debilidad y miseria no atentan al poder de Dios, no lo borran; en todo caso lo exaltan. El primero que no se avergüenza de nuestra debilidad es precisamente el Señor; su luz no se ve atenuada por nuestras tinieblas. Y -atención- el Evangelio no muestra desprecio alguno por el hombre; el Señor no muestra ningún tipo de antipatía hacia el hombre. Él lo sabe todo de nosotros. Y nos ama como somos. Evidentemente, quiere que seamos distintos, que crezcamos en el amor y no en el egoísmo. El amor de Dios por nosotros no es sentimentalismo sino energía de cambio y de ayuda, de apoyo y de defensa. Así pues, Jesús añade: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». Es la invitación que el Señor nos hace también a nosotros en este tiempo para que seamos trabajadores del Evangelio. Somos sal y luz no por méritos propios sino por gracia. El Señor, que nos ha librado de la soledad y de la muerte reuniéndonos en comunión con él y con los hermanos, nos hace participar de su luz y de su vida para que seamos fermento de amor y luz de esperanza para un mundo que muchas veces vive desarraigado y sin futuro.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.