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Para los musulmanes es el final del ayuno del mes del Ramadán (Aid al-Fitr). Leer más

Libretto DEL GIORNO
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Jueves 14 de junio

Para los musulmanes es el final del ayuno del mes del Ramadán (Aid al-Fitr).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,20-26

«Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.» La justicia de Dios es para salvar, no para condenar, es para amar sin límites, no para dividir aunque sea en partes iguales. Este modo de concebir la justicia es indispensable para entrar en el reino de los Cielos. Y si a los discípulos les parece demasiado arduo, Jesús muestra el camino que hay que recorrer en las palabras siguientes. Son afirmaciones que nadie se había atrevido a decir como lo hizo Jesús. El primer tema proviene del quinto mandamiento: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás... Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal». Jesús no propone una nueva casuística ni una nueva praxis jurídica, sino más bien una nueva manera de entender las relaciones entre los hombres basada en el amor. Ahí radica el cumplimiento de la ley. Hay que pasar de un precepto en negativo a la positividad de la amistad. El amor tiene un valor tan grande que, si falta, requiere interrumpir el acto supremo del culto. Dice Jesús: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda». La «misericordia» vale más que el «sacrificio»; el culto, como relación con Dios, no puede prescindir de una relación de amor con los hombres. Y eso es válido también cada vez que surgen disputas entre los hombres. Jesús utiliza el ejemplo de la deuda que hay que cubrir o del crédito que hay que dar. Y propone llegar a un acuerdo sin tener que recurrir al juez. Para lograrlo deben primar aquella fraternidad y aquel amor por los demás que hacen retroceder el instinto que lleva a satisfacer a toda costa el propio «yo», los intereses de uno mismo, y hacen aumentar el amor por los demás y sobre todo la primacía de la reconciliación sobre la indiferencia y sobre el conflicto.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.