ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 5 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 9,1-8

Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡ Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados.» Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Este está blasfemando.» Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: "Tus pecados te son perdonados", o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice entonces al paralítico -: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".» El se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús parece que va de una orilla a la otra para ayudar a quien lo necesita. Cuando vuelve a Cafarnaún le llevan a un paralítico postrado en una camilla, y lo ponen en el centro. Es un centro no solo físico, sino también de atención, de interés, de preocupación por aquel enfermo más que por ellos mismos. De alguna manera, el amor de aquellos amigos es el inicio del milagro. El evangelista escribe que Jesús, al ver su fe, decide intervenir. Eso indica la fuerza que tiene la oración por los enfermos. Aquel paralítico, sin duda, se quería curar, pero en este caso se indica claramente cuál es el motivo de su curación: la fe de aquellos amigos. La Iglesia, toda comunidad cristiana, debe reconocerse como amiga de los enfermos y debe estar dispuesta a presentarlos ante el Señor. Jesús no dejará de responder a la oración que le hacemos. Quizás no lo hará como pensamos, pero habrá una curación. No solo cura el cuerpo, sino también el corazón. Jesús le dice al paralítico unas palabras que nadie ha dicho jamás: «Tus pecados te son perdonados». Jesús no quiere insinuar que la enfermedad del paralítico se deba a sus pecados. Más bien quiere mostrar algo mucho más importante: su poder se extiende incluso sobre los pecados y los elimina. La curación llega también al corazón. Y llegados a este punto, comprensiblemente, la escena se transforma en un debate teológico. Los escribas que hay, al oír aquellas palabras, piensan mal de Jesús, aunque no lo dicen. Pero Jesús, que ve en el interior del corazón, los desenmascara y enseña hasta dónde llega su misericordia: «Levántate -le dice al paralítico-, toma tu camilla y vete a tu casa». El Señor ha hecho en aquel enfermo un milagro doble: lo ha perdonado de sus pecados y lo ha curado de la parálisis. Ha venido entre los hombres alguien que cura el cuerpo y el corazón.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.