ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 27 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 13,18-23

«Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumba enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico reproduce la explicación de la parábola del sembrador que el mismo Jesús hizo a sus discípulos. El sembrador tira abundantemente las semillas que son la «palabra del Reino», aclara Jesús. Pero solo las semillas que caen sobre tierra buena dan un fruto abundante. Las semillas que caen en el camino son arrebatadas por el Maligno, dice Jesús. Es lo que le pasa a quien escucha pero no comprende, recibe pero no deja que cale el mensaje evangélico. Por otra parte están las semillas que caen en un terreno rocoso. Ese el caso de quien tiene buena voluntad por escuchar pero luego deja que las dificultades, las tribulaciones y la inconstancia le superen. También hay semillas que caen entre abrojos: estos escuchan pero las preocupaciones mundanas y la riqueza prevalecen sobre la fuerza de las semillas. Por último está la tierra buena que escucha y sabe hacer que el Evangelio dé fruto. Jesús no dice quién es el sembrador, aunque es evidente que se trata de él mismo. Es suya, y no nuestra ni de otros, la generosidad mostrada al tirar las semillas. No elige antes el terreno en el que tirará las semillas. Parece que muestre confianza también hacia aquellos terrenos que son más un camino o un lugar pedregoso que un lugar arado y disponible. Para el sembrador todos los terrenos son importantes. Y el terreno es el corazón de los hombres. Y quizás deberíamos considerar que nuestro corazón no está para siempre en uno u otro terreno. A veces nuestro corazón es como un camino pedregoso, o inconsistente, o incluso lleno de abrojos, mientras que otras veces es una tierra buena. El Señor nos pide que seamos tierra buena y acogedora. También nos pide que le ayudemos a sembrar por todas partes. Por eso ruega al Padre que envíe obreros a su viña; en este caso, que envíe sembradores a los incontables terrenos de este mundo nuestro. Jesús nos pide que tengamos su misma generosidad cuando sembramos. En cualquier caso las semillas no son nuestras, sino que nos las da el Señor: es el Evangelio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.