ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Serafín de Sarov, monje y starets ruso (+ 1833). Comunicó la paz con el testimonio de la alegría pascual y de la acción del Espíritu Santo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 1 de agosto

Recuerdo de san Serafín de Sarov, monje y starets ruso (+ 1833). Comunicó la paz con el testimonio de la alegría pascual y de la acción del Espíritu Santo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 13,44-46

«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.» «También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las dos parábolas muestran la decisión del campesino, primero, y del mercader, después, de vender todo lo que tienen para apostarlo todo por el tesoro que han descubierto. En la primera se habla de un campesino que casualmente lo encuentra en el campo en el que está trabajando. Como el campo no es suyo debe comprarlo si quiere apropiarse del tesoro. De ahí la decisión de arriesgar todos sus bienes para no dejar pasar aquella ocasión realmente excepcional. El protagonista de la segunda parábola es un rico traficante de piedras preciosas que, como experto que es, ha detectado en el bazar una perla de gran valor. También él decide apostarlo todo por aquella perla, hasta el punto de que vende todas las demás. Ante el tesoro la decisión es clara y firme. Hay que vender todo cuanto se tiene para comprarlo. Hay que tener una inteligencia y una astucia mercantil no indiferente, como demuestra la secuencia de acciones de los dos compradores: encontrar y esconder, vender y comprar. Lo que venden es poco en comparación con lo que compran. El «Reino de los Cielos» vale ese sacrificio y la venta de cosas de menos valor. El mensaje evangélico es clarísimo: no hay nada que valga tanto como el reino de Dios, y por él se puede dejar todo. Es una decisión inteligente, además de conveniente. El problema es comprender la alegría y la plenitud de vida que se nos presenta «inesperadamente», como inesperadamente se presentaron a aquel campesino y a aquel mercante que hoy nos indican con eficacia el camino que hay que seguir. Muchas veces nosotros pensamos que el Evangelio impone una renuncia, un sacrificio, que nos pide algo duro y poco personal. Pero en realidad es exactamente lo contrario: es encontrar en nuestra vida, por la providencia de Dios, la cosa más valiosa, por la que con alegría y de prisa vamos a vender todo lo que tenemos. Esa es la alegría del «sígueme» de Jesús, el tesoro más precioso, que nos trae una vida plena y que nos da todo cuanto necesitamos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.