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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

Fiesta de Santa María Virgen Reina. Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha) Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Miércoles 22 de agosto

Fiesta de Santa María Virgen Reina. Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha)


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 1,39-47

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El calendario litúrgico recuerda hoy a la Santa María Virgen Reina. Se podría decir que de algún modo completa la fiesta de la Asunción, que se celebra el 15 de agosto. En cualquier caso es el mismo misterio que rodea a la Madre de Jesús. A ese respecto el Concilio Vaticano II escribe: «La Virgen Inmaculada..., terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte». Es un misterio realmente grande porque no solo nos revela el futuro hacia el que nos encaminamos todos, sino que nos da también una Madre que continúa estando delante de nuestros ojos como signo de la misericordia sin límites de Dios. El Evangelio de la visitación a Isabel nos muestra la rapidez con la que María responde al Señor poniendo en práctica aquella misericordia que ella había acogido primero en su interior. Escribe Lucas que María "con prontitud" fue a visitar a Isabel. Había sabido por el ángel la noticia de que estaba embarazada. Quien escucha el Evangelio no espera, ve la urgencia de salir. Isabel era anciana y su embarazo no era fácil. El Evangelio hace que nos levantemos de nosotros mismos y nos impulsa a estar junto a quien sufre o a quien lo necesita. El cristiano va al encuentro del otro, lo busca, lo necesita. Se ayudan mutuamente en un cambio tan importante de su vida, que es la realización de una esperanza inesperada, de la gracia de Dios. Y la gracia no la vivimos solo, sino que la compartimos. Son dos mujeres que llevan en su interior el final de la espera y el inicio del cumplimiento. Saben verlo aunque todavía esté oculto en el seno. Por eso son dichosas. Isabel, al ver a la joven María llegar a su casa, se alegró profundamente hasta su seno. Es la alegría de los débiles y de los pobres cuando reciben la visita de las «siervas» y los «siervos» del Señor, que son los que creyeron que se cumplirían «las cosas que le fueron dichas de parte del Señor». La Palabra de Dios crea una alianza nueva en el mundo, una alianza inusitada, la alianza entre los discípulos del Evangelio y los pobres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.