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Festividad de la exaltación de la Cruz
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Festividad de la exaltación de la Cruz

Fiesta de la exaltación de la Cruz, en recuerdo del hallazgo de la cruz de Jesús por parte de santa Helena. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Festividad de la exaltación de la Cruz
Viernes 14 de septiembre

Fiesta de la exaltación de la Cruz, en recuerdo del hallazgo de la cruz de Jesús por parte de santa Helena.


Primera Lectura

Números 21,4b-9

Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos habéis subido de Egipto para morir en el desierto? Pues no tenemos ni pan ni agua, y estamos cansados de ese manjar miserable." Envió entonces Yahveh contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel. El pueblo fue a decirle a Moisés: "Hemos pecado por haber hablado contra Yahveh y contra ti. Intercede ante Yahveh para que aparte de nosotros las serpientes," Moisés intercedió por el pueblo. Y dijo Yahveh a Moisés: "Hazte un Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá." Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida.

Salmo responsorial

Psaume 77 (78), 1-40

Escucha mi ley, pueblo mío,
tiende tu oído a las palabras de mi boca;

voy a abrir mi boca en parábolas,
a evocar los misterios del pasado.

Lo que hemos oído y que sabemos,
lo que nuestros padres nos contaron,

no se lo callaremos a sus hijos,
a la futura generación lo contaremos:
Las alabanzas de Yahveh y su poder,
las maravillas que hizo;

él estableció en Jacob un dictamen,
y puso una ley en Israel;
El había mandado a nuestros padres
que lo comunicaran a sus hijos,

que la generación siguiente lo supiera,
los hijos que habían de nacer;
y que éstos se alzaran y se lo contaran a sus hijos,

para que pusieran en Dios su confianza,
no olvidaran las hazañas de Dios,
y sus mandamientos observaran;

para que no fueran, lo mismo que sus padres,
una generación rebelde y revoltosa,
generación de corazón voluble
y de espíritu desleal a Dios.

Los hijos de Efraím, diestros arqueros,
retrocedieron el día del combate;

no guardaban la alianza hecha con Dios,
rehusaban caminar según su ley;

tenían olvidados sus portentos,
las maravillas que él les hizo ver:

prodigios hizo a la vista de sus padres
en el país de Egipto, en los campos de Tanis.

Hendió la mar y los pasó a través,
contuvo las aguas como un dique;

de día los guiaba con la nube,
y cada noche con resplandor de fuego;

en el desierto hendió las rocas,
los abrevó a raudales sin medida;

hizo brotar arroyos de la peña
y descender las aguas como ríos.

Pero ellos volvían a pecar contra él,
a rebelarse contra el Altísimo en la estepa;

a Dios tentaron en su corazón
reclamando manjar para su hambre.

Hablaron contra Dios;
dijeron: "¿Será Dios capaz
de aderezar una mesa en el desierto?

Ved que él hirió la roca,
y corrieron las aguas, fluyeron los torrentes:
¿podrá de igual modo darnos pan,
y procurar carne a su pueblo?

Entonces Yahveh lo oyó y se enfureció,
un fuego se encendió contra Jacob,
y la Cólera estalló contra Israel,

porque en Dios no habían tenido fe
ni confiaban en su salvación.

Y a las nubes mandó desde lo alto,
abrió las compuertas de los cielos;

hizo llover sobre ellos maná para comer,
les dio el trigo de los cielos;

pan de Fuertes comió el hombre,
les mandó provisión hasta la hartura.

Hizo soplar en los cielos el solano,
el viento del sur con su poder atrajo,

y llovió sobre ellos carne como polvo,
y aves como la arena de los mares;

las dejó caer en medio de su campo,
en torno a sus moradas.

Comieron hasta quedar bien hartos,
así satisfizo su avidez;

mas aún no habían colmado su avidez,
su comida estaba aún en su boca,

cuando la cólera de Dios estalló contra ellos:
hizo estragos entre los más fuertes,
y abatió a la flor de Israel.

Mas con todo pecaron todavía,
en sus maravillas no tuvieron fe.

El consumió sus días con un soplo,
y sus años con espanto.

Cuando los mataba, le buscaban,
se convertían, se afanaban por él,

y recordaban que Dios era su roca,
su redentor, el Dios Altísimo.

Mas le halagaban con su boca,
y con su lengua le mentían;

su corazón no era fiel para con él,
no tenían fe en su alianza.

El, con todo, enternecido,
borraba las culpas y no exterminaba;
bien de veces su cólera contuvo
y no despertó todo su furor:

se acordaba de que ellos eran carne,
un soplo que se va y no vuelve más.

Segunda Lectura

Filipenses 2,6-11

El cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo
haciéndose semejante a los hombres
y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó
y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese
que Cristo Jesús es SEÑOR
para gloria de Dios Padre.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,13-17

Nadie ha subido al cielo
sino el que bajó del cielo,
el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea
tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Esta fiesta recuerda el 14 de septiembre de 335, cuando una numerosa multitud de fieles se reunió en Jerusalén para la dedicación de la basílica del Santo Sepulcro restaurada por Constantino. En aquella celebración se recordaba también el hallazgo de la Cruz de Jesús. Desde entonces, cada año se ha celebrado esta memoria en Jerusalén y el sacerdote celebrante, alzando la cruz, la muestra a los cuatro puntos cardinales para indicar la universalidad de la salvación. Pero ¿cómo se puede exaltar un instrumento de suplicio hasta el punto de reservarle un día de fiesta? Hoy la Iglesia, exaltando la santa Cruz, quiere exaltar el inimaginable amor de Jesús por cada uno de nosotros. Por eso es realmente necesario dar gracias a Dios por la cruz. El prefacio de la misa canta: «En el árbol de la Cruz, tú, oh Dios, has establecido la salvación del hombre, para que de donde surgía la muerte resucitara la vida». Por eso es justo exaltar la cruz; sobre aquella madera fue derrotado para siempre el amor por uno mismo y triunfó definitivamente el amor por los demás. La cruz es como la síntesis, o aún más, la culminación del amor de Jesús por nosotros. Él, como escribe el apóstol Pablo en el himno de la Epístola a los Filipenses, empezó su camino hacia la cruz cuando «no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios». Por amor «se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo»; por amor «se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz». El Padre se conmovió por ese amor totalmente desinteresado del Hijo hasta el punto de que «lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre».
En la Cruz, la muerte y la vida se enfrentan en la última y definitiva batalla. Y la lucha se produce en el cuerpo de Jesús. Él muere. Pero junto con él, muere también el amor por uno mismo. Todos, bajo la cruz y al lado de la cruz, le gritaban: «Sálvate a ti mismo». Pero Jesús lleva hasta las últimas consecuencias el peso del pecado. Él que vino para salvar a los demás, no podía salvarse a sí mismo. Su Evangelio era exactamente lo contrario: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28). Jesús podía evitar la muerte; bastaba haber hecho caso de Pedro y los demás discípulos que querían disuadirle de ir a Jerusalén, o simplemente cerrar un pequeño acuerdo con Pilato, que incluso se lo había ofrecido. Pero de ese modo Jesús habría renunciado a su Evangelio, que es opuesto al del mundo, que siempre dice: «Sálvate a ti mismo». Muriendo así, Jesús salva el amor. Y nosotros podemos decir finalmente que entre nosotros hay alguien que ama a los demás más que a sí mismo; alguien que está dispuesto a dar toda su vida, hasta perderla, por cada uno de nosotros. Y el apóstol Pablo nos hace pensar aún más profundamente cuando escribe: «Difícilmente habrá alguien que muera por un justo -tal vez por un hombre de bien se atrevería uno a morir-. Así que la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rm 5,7-8).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.