ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Ignacio, obispo de Antioquía. Fue condenado a muerte y llevado a Roma, donde murió mártir (†107). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 17 de octubre

Recuerdo de san Ignacio, obispo de Antioquía. Fue condenado a muerte y llevado a Roma, donde murió mártir (†107).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,42-46

Pero, ¡ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios! Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello. ¡Ay de vosotros, los fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas y que se os salude en las plazas! ¡Ay de vosotros, pues sois como los sepulcros que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo!» Uno de los legistas le respondió: «¡Maestro, diciendo estas cosas, también nos injurias a nosotros!» Pero él dijo: «¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Un legista, al oír las duras palabras de Jesús contra el ritualismo farisaico, le rebate diciendo que de aquel modo le ofende también a él y a todos sus colegas: «¡Maestro, diciendo estas cosas también nos injurias a nosotros!». Es la reacción de quien quiere defenderse a sí mismo y sus convicciones sin sentir la necesidad de cambiar, de comprender más en profundidad lo que pide el Señor, y por tanto, de emprender una vida mejor que la que lleva. Además, la Palabra de Dios, como dice Pablo, es como una espada de doble filo que penetra hasta la médula y no deja indiferente, no bendice nuestros comportamientos sin modificarlos, no entra en el corazón sin cortar lo que lo entumece o, peor aún, lo que provoca su ruina. Es una fuerza saludable y buena que cambia el corazón. Jesús desenmascara el pecado de los fariseos y de los escribas: mientras que la gente les profesa respeto porque buscan en ellos una guía, una orientación, en realidad su comportamiento es falso y engañoso. De ahí la severidad del juicio que hace Jesús. La gente confía, busca una orientación, pide ayuda a los que se presentan como guías, y estos, en cambio, descuidan lo esencial, es decir «la justicia y el amor de Dios». Sí, pagan sus cuotas al templo, se dejan embelesar por los honores en las sinagogas, pero en realidad son como «sepulcros», es decir, hombres vacíos e interiormente muertos. Colocan, con su fría severidad, grandes pesos sobre la espalda de los demás pero ellos ni quieren ni saben soportarlos. Jesús estigmatiza esta falsedad, esta doble moral mentirosa. Su ira, su juicio severo son una advertencia para todos nosotros cuando nos erigimos en jueces sin misericordia, en señoritos sin escrúpulos y sin dudas, que se aprovechan de la buena fe de aquellos que buscan hermanos mayores en los que confiar para crecer en su vida espiritual.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.