ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de la dedicación de la catedral de Roma, la basílica de los santos Juan Bautista y Juan Evangelista en Letrán. Oración por la Iglesia de Roma. Recuerdo de la «noche de los cristales rotos» de 1938, inicio de la persecución nazi contra los judíos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 9 de noviembre

Recuerdo de la dedicación de la catedral de Roma, la basílica de los santos Juan Bautista y Juan Evangelista en Letrán. Oración por la Iglesia de Roma. Recuerdo de la «noche de los cristales rotos» de 1938, inicio de la persecución nazi contra los judíos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 16,1-8

Decía también a sus discípulos: «Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: "¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando." Se dijo a sí mismo el administrador: "¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas." «Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" Respondió: "Cien medidas de aceite." El le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta." Después dijo a otro: "Tú, ¿cuánto debes?" Contestó: "Cien cargas de trigo." Dícele: "Toma tu recibo y escribe ochenta." «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien lee con continuidad el Evangelio a menudo encuentra parábolas. Es una de las maneras habituales con las que Jesús comunica sus enseñanzas. Él, maestro bueno y atento, quería que los discípulos comprendieran sus palabras no como enseñanzas abstractas, sino más bien como palabras para su vida concreta. También en esta ocasión parte de una situación real: un administrador, acusado de mala gestión, es llamado por su señor para que le rinda cuentas antes de dejar el cargo. Jesús, en este punto, describe la habilidad de este administrador por asegurarse un futuro: llama uno por uno a los deudores del señor y reduce notablemente a cada uno el importe de su deuda. Evidentemente todos los deudores estarán en deuda con él después de que el señor lo eche. Al finalizar la narración, Jesús alaba al administrador infiel y dice: «Los hijos de este mundo son más sagaces... que los hijos de la luz». Evidentemente, Jesús no quiere incitar a los oyentes a engañar al señor como hizo aquel administrador. La parábola quiere subrayar la habilidad y la clarividencia del administrador respecto al futuro que le espera. Jesús pide a los discípulos que hagan cuanto esté en sus manos, con la misma astucia que aquel administrador, para ganarse el reino de Dios. Por desgracia, no pocas veces los discípulos se dejan atrapar por la resignación ante las cosas de la vida y no utilizan una energía como la que impulsó a aquel administrador infiel para construir un mundo más justo. Jesús destaca que aquellos que razonan según la mentalidad del mundo hacen de todo para asegurarse un futuro sin problemas. A menudo, en cambio, los «hijos de la luz» no tienen la misma atención, la misma pasión por asegurarse el reino de los Cielos. Esta página evangélica nos exhorta también a nosotros a la creatividad del amor, a no resignarnos ante las dificultades y aún menos a acomodarnos en nuestra pereza. Nos espera un intenso trabajo para que crezca el amor y la paz entre muchas personas.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.