ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 16 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 17,26-37

«Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste. «Aquel Día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada.» Y le dijeron: «¿Dónde, Señor?» El les respondió: «Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús continúa hablando con los fariseos que le habían preguntado sobre el reino de los Cielos y habla de él como de un acontecimiento imprevisto que llega por sorpresa. Por eso exhorta a todos a prepararse sin perder tiempo. Con dos ejemplos del Antiguo Testamento, el castigo del diluvio y la destrucción de Sodoma, Jesús nos advierte de que no nos resignemos al mal, de que no llevemos una vida banal y sin sentido, llena únicamente de nuestro yo o de la búsqueda incesante de nuestras satisfacciones. Quien está cerrado en sí mismo, tanto si es por pereza como por testarudez, no será capaz de hacer espacio para otras cosas y no entenderá el «día» de la llegada del Hijo del hombre. Jesús advierte a los discípulos de que «aquel día» (v. 31) y «aquella noche» (v. 34) deben estar atentos. Y estar atento implica no aferrarse a las cosas de uno y a las tradiciones de uno. Sí, distanciarse del mundo, de las cosas, de poseer las cosas, tanto si son grandes como si son pequeñas, es determinante para acoger en nuestro corazón el reino de Dios que viene. Y también tenemos que distanciarnos de lo que consideramos nuestro bien supremo: la vida, que en realidad a menudo malgastamos o tiramos. Jesús aclara bien el camino de la salvación o, dicho de otro modo, cómo interpretar el sentido de nuestra vida: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (v. 33). ¿Qué significa? El evangelista Lucas ya había escrito esas palabras anteriormente, y había añadido «por mí» (9,24). Lo que Jesús le pide al discípulo es que gaste su vida, toda su vida, para servir al Evangelio, para seguir a Jesús y participar en su plan de amor. De ese modo podemos conservar la vida, y no solo conservarla sino que podemos hacerla crecer. Si nos quedamos con el Señor, recogeremos con él los frutos del reino. En cambio, aquel que prefiere quedarse solo, es decir, aquel que gasta su vida solo para sí mismo, desparrama y no recoge nada. Tanto es así que, aunque dos estén en el mismo lecho o trabajen juntos, uno será llevado al cielo y el otro al infierno. Todo depende del corazón, de hacia dónde mira el corazón. Aquel día los discípulos, como pasa con los buitres que se reúnen allí donde está la presa, se reunirán alrededor del Señor para recibir la salvación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.