ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 26 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 21,1-4

Alzando la mirada, vió a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, que todavía está en el templo, acaba de precaver a quienes le escuchan del comportamiento de los escribas que hacen ostentosas oraciones pero oprimen a las viudas. Mientras está hablando observa a algunos ricos que hacen su exigua ofrenda con gran pomposidad. En un momento dado llega una pobre viuda que, casi a hurtadillas, echa al tesoro del Templo solamente dos monedas. El gesto y la pequeña suma de aquella pobre mujer parecen totalmente irrelevantes respecto a lo que han dado los ricos. No obstante, aquel gesto, que es insignificante para la mentalidad de este mundo, es eterno para el Señor. Su gesto no es el resultado de un cálculo protagonista sino únicamente del amor por su Dios. Aquella viuda ama realmente a Dios con toda su alma, con todas sus fuerzas, con todo su ser, hasta dar lo que tiene para vivir. Y el amor hizo inmortal aquel gesto, del mismo modo que hace inmortal toda palabra y toda acción buena que tenemos con los débiles y los pobres. Cabe destacar que las limosnas que se echaban en las arcas del templo se utilizaban para la organización del culto, para el mantenimiento de los sacerdotes y para ayudar a los pobres. Aquella pobre viuda, pues, se sentía responsable de ayudar al culto y a los pobres. Es un matiz importante para evitar una falsa concepción que divide a quien da y a quien recibe. La pobre viuda se siente responsable de ayudar también ella a quien tal vez es más pobre que ella. Nadie es tan pobre como para no poder ayudar a otro que es más pobre que él. Así pues, hay una circularidad en el ayudarse entre quien tiene más y quien tiene menos. El amor no nos divide en categorías sino que, al contrario, nos une en una solidaridad circular en la que ya se sabe quién ayuda y quién recibe. Esto es evidente en aquellos lugares de caridad donde quien tiene más bienes sabe darlos a quien tiene menos: aquí todos reciben y todos dan. Y es una gran verdad la que vemos en esta escena evangélica: poniendo a esta pobre viuda como ejemplo para todos Jesús afirma que los pobres nos evangelizan. Sí, ellos nos hacen comprender, a nosotros que nos consideramos sanos, nuestra debilidad, nuestra pequeñez y, sobre todo, lo que somos ante Dios: pobres mendicantes de amor. Los pobres nos lo recuerdan. Del mismo modo que son también ellos, los que nos abren las puertas del cielo. Gregorio Magno, y con él toda la tradición de la Iglesia, nos recuerdan que los pobres a los que hemos ayudado son nuestros más poderosos intercesores ante Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.