ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de San Ambrosio († 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, defensor de los pobres y de los débiles contra toda explotación, se mantuvo fuerte defendiendo la Iglesia ante la arrogancia del emperador. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 7 de diciembre

Recuerdo de San Ambrosio († 397), obispo de Milán. Pastor de su pueblo, defensor de los pobres y de los débiles contra toda explotación, se mantuvo fuerte defendiendo la Iglesia ante la arrogancia del emperador.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 29,17-24

¿Acaso no falta sólo un poco,
para que el Líbano se convierta en vergel,
y el vergel se considere una selva? Oirán aquel día los sordos
palabras de un libro,
y desde la tiniebla y desde la oscuridad
los ojos de los ciegos las verán, los pobres volverán a alegrarse en Yahveh,
y los hombres más pobres en el Santo de Israel se
regocijarán. Porque se habrán terminado los tiranos,
se habrá acabado el hombre burlador,
y serán exterminados todos los que desean el mal; los que declaran culpable a otro con su palabra,
y tienden lazos al que juzga en la puerta,
y desatienden al justo por una nonada. Por tanto, así dice Yahveh,
Dios de la casa de Jacob,
el que rescató a Abraham:
"No se avergonzará en adelante Jacob,
ni en adelante su rostro palidecerá; porque en viendo a sus hijos, las obras de mis manos, en medio de él,
santificarán mi Nombre."
Santificarán al Santo de Jacob,
y al Dios de Israel tendrán miedo. Los descarriados alcanzarán inteligencia,
y los murmuradores aprenderán doctrina.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estas palabras cierran el capítulo dedicado a Jerusalén, de la que se anunciaba el castigo a causa de su ceguera espiritual. Sin embargo, Isaías profetiza la gran obra de transformación de la humanidad. No hará falta esperar mucho, dice el profeta: "falta sólo un poco" y el Señor intervendrá. Para nosotros, se podría decir que todavía "falta un poco" para la Navidad de Jesús. La profecía quiere como hacernos tocar con la mano lo que sucede cuando Dios interviene: "El Líbano se convertirá en vergel, y el vergel se considerará una selva". Hasta la creación siente el beneficio del cambio del corazón de los hombres. Ellos vivirán sobre la tierra sin alterarla, sin explotarla para sus intereses egocéntricos. El profeta aclara que el pueblo ya no es sordo a la Palabra de Dios y que por fin abre los ojos al amor fiel que Dios siente por sus hijos. Es el pueblo de los humildes que reconoce al Señor como su única guía. Así hizo Abrahán, recuerda el profeta. Junto al pueblo de los humildes está el pueblo de los pobres que se alegra de sentir la cercanía del Santo de Israel. Sí, el pueblo de los creyentes y el pueblo de los pobres se unen en el nuevo mundo de Dios, donde el tirano y el arrogante son abatidos, y todos los que traman iniquidad e insidias son derrotados. Es el nuevo reino que Dios viene a instaurar. Por esto "No se avergonzará en adelante Jacob, ni en adelante su rostro palidecerá; porque en viendo a sus hijos, las obras de mis manos, en medio de él, santificarán mi Nombre". Los creyentes, y con ellos todos los que se unirán, verán las obras buenas de curación y salvación. No sólo los creyentes no se avergonzarán, sino que podrán alegrarse por las obras que el Señor ha realizado a través de ellos en medio de los hombres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.