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Memoria de la Iglesia
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Recuerdo de san Sergio de Radonež, monje fundador de la laura de la Santísima Trinidad de Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider, asesinado en el campo de concentración nazi de Buchenwald en julio de 1939. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 18 de julio

Recuerdo de san Sergio de Radonež, monje fundador de la laura de la Santísima Trinidad de Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider, asesinado en el campo de concentración nazi de Buchenwald en julio de 1939.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Éxodo 3,13-20

Contestó Moisés a Dios: "Si voy a los israelitas y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros"; cuando me pregunten: "¿Cuál es su nombre?", ¿qué les responderé?" Dijo Dios a Moisés: "Yo soy el que soy." Y añadió: "Así dirás a los israelitas: "Yo soy" me ha enviado a vosotros." Siguió Dios diciendo a Moisés: "Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación." Ve, y reúne a los ancianos de Israel, y diles: Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: Yo os he visitado y he visto lo que os han hecho en Egipto. Y he decidido sacaros de la tribulación de Egipto al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, perizitas, jivitas y jebuseos, a una tierra que mana leche y miel." Ellos escucharán tu voz, y tú irás con los ancianos de Israel donde el rey de Egipto; y le diréis: "Yahveh, el Dios de los hebreos, se nos ha aparecido. Permite, pues, que vayamos camino de tres días al desierto, para ofrecer sacrificios a Yahveh, nuestro Dios." Ya sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino forzado por mano poderosa. Pero yo extenderé mi mano y heriré a Egipto con toda suerte de prodigios que obraré en medio de ellos y después os dejará salir."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Moisés todavía duda y se siente inseguro ante la tarea que le han confiado. Pone a prueba a Dios pidiéndole su nombre. Busca una definición clara, una seguridad que pueda responder a todas las preguntas del mundo. Dios no elude la pregunta, aunque su respuesta es enigmática. Moisés oye la siguiente respuesta: "Esto dirás a los israelitas: 'Yo soy' me ha enviado a vosotros". ¿Qué significa ese nombre? No es una respuesta evasiva y difícil. Y tampoco es una definición abstracta y teórica. De algún modo Dios no contesta. O mejor dicho: su verdadera respuesta es estar cerca de su pueblo: "Yo soy aquel que está contigo y te acompañará a lo largo del camino de liberación, aquel que estará contigo en la tierra prometida". El nombre de Dios, pues, está íntimamente ligado a la historia, a la relación personal con su pueblo. No se puede conocer el nombre de Dios de manera abstracta, como una verdad sin nuestra humanidad, alejada de nuestra experiencia concreta, visible, que tanto nos condiciona. Se podría decir que Dios se muestra cuando entra en relación con la historia a través de aquellos que lo acogen, cuando está cerca de los hombres, sobre todo de los más débiles. "Él es el que está" con nosotros, Aquel que cuida a los pueblos. El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es un Dios que se ha revelado cuando ha guiado la vida de hombres que tuvieron fe en él, que lo escucharon y lo siguieron. No podemos conocer el nombre de Dios si no confiamos en él en la historia de cada día. Y es un Dios que salva de la esclavitud, para que su pueblo esté a salvo del mal y pueda vivir de la vida misma de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.