ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 17 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Timoteo 3,1-13

Es cierta esta afirmación: Si alguno aspira al cargo de epíscopo, desea una noble función. Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? Que no sea neófito, no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la misma condenación del Diablo. Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y en las redes del Diablo. También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos. Las mujeres igualmente deben ser dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo. Los diáconos sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa. Porque los que ejercen bien el diaconado alcanzan un puesto honroso y grande entereza en la fe de Cristo Jesús.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras hablar de la oración común, el apóstol le indica a Timoteo que preste gran atención a la elección de los responsables de la comunidad. Y empieza hablando del "epíscopo" (literalmente, "el que vigila"). Pablo sabe que ese ministerio es una "hermosa obra". El epíscopo, efectivamente, está llamado a estar en medio de los discípulos "como el que sirve", es decir, como se mostró Jesús en la última cena. La presencia de este ministerio no disminuye la responsabilidad que todo discípulo tiene para con la vida de los hermanos. Lo requiere el espíritu de fraternidad que debe reinar en la comunidad. Al "epíscopo" se le pide, precisamente por su función de guía, que sea consciente de su responsabilidad. En la Iglesia la autoridad se basa ante todo en la ejemplaridad de la vida: de ella emana la autoridad de quien debe guiar a los hermanos. Por eso el apóstol pide que el "epíscopo" sea "casado una sola vez", como si quisiera destacar la fidelidad a un único lazo; que sea también moderado, demostrando sabiduría cuando juzga y decide; y que se muestre siempre dispuesto a acoger. Pablo, casi como si destacara el lazo que hay entre la familia de Dios y la familia doméstica, pide al epíscopo las mismas dotes que al padre de familia: solo aquel que sabe ser padre, hermano e hijo en el espíritu del Evangelio podrá mostrar el camino justo de la fraternidad cristiana a sus hermanos y hermanas de la comunidad. Junto al cargo de "epíscopo", Pablo recuerda el de diácono. Es un ministerio delicado en la vida de las primeras comunidades cristianas. Nadie puede ser elegido para este cargo si no da garantías de su conducta. Y debe conservar "el misterio de la fe con una conciencia pura", ya que ayudan a los pobres, predican y bautizan. Nada perjudica más la fe que el orgullo y el protagonismo que niega con los hechos la verdad de ser "siervo" que forma parte del término mismo de diácono. Se podría decir que los diáconos enseñan al epíscopo y a todos los creyentes que la vida del discípulo debe ser siempre "diaconal", es decir, un servicio al Evangelio, a la comunidad y a los pobres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.