ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 24 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 6,19-23

Hablo en términos humanos, en atención a vuestra flaqueza natural -. Pues si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad. Pues cuando erais esclavos del pecado, erais libres respecto de la justicia. ¿Qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas que al presente os avergüenzan? Pues su fin es la muerte. Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol compara, con gran eficacia, dos libertades: la que se obtiene con una vida que pone al centro a uno mismo y la que se obtiene con una vida que sigue al Señor. En ambos casos, de algún modo, la vida es libre de la ley. Pero la libertad sin Dios y sin los hermanos solo trae frutos amargos y desordenados, porque nos hace esclavos de nuestras tradiciones y de nuestro orgullo, nos somete a la fuerza malvada del pecado y del mal. La salvación viene de Dios que nos libra de la esclavitud de los instintos del pecado y nos da la libertad para servir al Evangelio y, por tanto, dedicar toda nuestra vida a amar a Dios, a los hermanos y a los pobres. Escribe: "Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; cuyo fin es la vida eterna" (v. 22). La libertad del cristiano empieza cuando acoge el amor que Dios ha derramado en nuestro corazón para ponernos al servicio de su gran plan de amor por el mundo, es decir, instaurar ya ahora su reino de amor, de paz y de justicia. Participar en este plan de Dios es nuestra salvación, es entrar ya ahora en la vida eterna. El sentido de la vida es gastarla por el Reino de Dios. El apóstol, sin miedo a exagerar, puede decir que somos como "esclavos" de Dios y de su justicia. Pero se trata de una "esclavitud" saludable que hace surgir frutos de paz, de plenitud y de vida eterna para uno mismo y para el mundo. Por eso Pablo afirma con audacia: "Liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.